Cronwell Jara
He leído la
definición cultural que hace del Perú, la de un país andino, y creo que es
difícil cambiar aquella definición pues existen los Andes que nos sobrevivirán
a todos, y hay una inmensa cultura andina antes de la llegada de los españoles,
cultura aun viva. ¿En dónde cree usted que está el problema de una convivencia
armónica entre los que nos llamamos, todavía, peruanos?
El trasfondo del problema se debe,
me parece, a un horrible complejo. Como peruanos somos gigantes o enanos
acomplejados; tanto los llamados “andinos” como los llamados “regios” sufrimos
un terrible complejo racial y económico. El “regio” ve al andino como a un ser
despreciable, que sólo se preocupa de cosas y situaciones repudiables, fétidas
o nauseabundas; al “regio” le molesta aquella literatura que hable del hombre
del ande y su historia, sus miserias, sus reclamos políticos y sociales; le
joden o le apestan al “regio” los rituales del andino, sus fiestas, costumbres
y vivencias. Le significan aspectos “pasados de moda” o temas “trasnochados”,
porque en el fondo de su ser “regio” hay todavía el espíritu de un hacendado o
gamonal, un dueño de vidas, un “gran señor” quien, como ya perdió la hacienda,
ahora no quiere oír hablar de quienes antes fueron –según sus íntimos
sentimientos- sus lacayos y de lo que significó su pasado de efímeras glorias y
frustraciones. Esta actitud, es por lo tanto, déspota, está saturada de un
enorme rencor y resentimiento. Por lo tanto, quien como escritor sólo se preocupa
del mundo andino y su problemática le cae antipático, anacrónico, hiere su
exquisita sensibilidad que busca otra cosa: hablar de su “verdadero pasado”, de
su lugar de origen: Europa, Francia, Estados Unidos o de cualquier lugar del
mundo; y novelar o poetizar sobre sus vinos, sus calles, sus plazas, de una
vida que se “reinventan”, donde les cae bien sentirse europeos o
norteamericano, y ¡jamás peruano! Les duele decir “soy peruano” porque les
significa reconocerse del Tercer Mundo. Y al llamado “andino”, no. Le
enorgullece su pasado, se siente responsable de sus afanes reivindicativos
políticos, sociales, culturales. Y, por supuesto, le es lógico ver como
huachafos a los “regios”, porque su postura es postiza, adefeciera, mentirosa,
desleal con su país y consigo mismos, cínica e hipócrita, porque en el fondo
saben que se están mintiendo y que sólo buscan su “acomodo” en un país
extranjero que no les pertenece y con el cual tampoco se llevarían bien, porque
allá siguen siendo –paradógicamente- los “andinos” que acá repudiaron. Pero, en
resumen, permíteme decirte algo: resulta doloroso tener siempre que oír de un
extranjero algo muy importante para los peruanos: el odio que se tiene unos con
otros. Que no hay peor enemigo para un peruano que otro peruano. Aquí y, acaso
con más énfasis, en el extranjero. Y esta disputa estúpida lo demuestra. Y te
digo algo más, cuando nos ven pelear “de fuera” tal como lo hacen “regios” y
“andinos”, nos ven como grandes idiotas que no sabemos hacer más que eso; en
vez de apoyarnos, valorarnos, demostrarnos calidad humana y honestidad,
descubrirnos como reales escritores. Y todo porque, por otra parte, también
esta verdad: en uno y otro lado hay falsos escritores, enmascarados que sólo
buscan un fácil prestigio, figurar, y demostrarse que son tales, cuando no lo
son. La farsa y el afán de figura también abunda en todo esto. Y eso se nota a
leguas. En todo caso, si quieres saber mi posición ante esta polaridad, ya la
he escrito en “Memoria del relámpago”
Usted es un
excelente escritor de cuentos, ha escrito también una novela muy breve:
“Montacerdos”. ¿A qué se debe esto? Es algo muy particular en nuestro medio,
dado que hay pocos cuentistas natos; aunque no debería ser raro, puesto que hay
una gran fuente oral en nuestros pueblos.
Tuve la desgracia y ahí la suerte de
tener un origen pobre, en términos económicos, pero muy rico en términos de
cultura polular. Nací en un barrio de Piura, Buenos Aires, y luego no bien tuve
cinco o seis años fundamos con mi familia el barrio Mariscal Ramón Castilla, en
el Rímac. Luego, he visto, he olido y he padecido la pobreza –no la
desesperante miseria-- muy de cerca, hasta los 17 años; luego, cuando mis
padres mejoraron económicamente, nos mudamos a un cómodo espacio, la
Urbanización El Bosque, donde vivo actualmente. Pero, la experiencia me sirvió
terriblemente. Amé y amo a mi barrio viejo, a mis amigos y a su gente; y
alejarme de ellos me significó una natural dolorosa nostalgia a la que sólo se
la mata escribiendo: “Montacerdos”, “Patíbulo para un caballo”, y varios
cuentos donde rememoro lo que más me desconcertó o asombró. Como aquello que
también me estremeció, por decir, la pobreza económica de mis amigos, de la
gente que quise y quiero mucho. Y tal vez, por esa nostalgia y ese dolor y angustia
por desear ver mejorar la calidad de vida en ellos, es que escribo como
escribo. Tratando de decir como si fuese un poema lo que digo, con emoción,
ternura, asombro. Como si fuese lo más sagrado, porque es lo más sagrado. Y
tratando de ser honesto en lo que pienso y siento. Es decir, no finjo cuando
escribo. Ni adopto una pose de escritor. Sólo escribo y cuando lo hago, lo hago
sin creerme escritor o poeta. Ni me siento modelo de nada. Sólo escribo porque
me gusta hacerlo, con delectación y esmero, con padecimiento y sacrificio.
Tratando de corregir mil veces, rehaciendo o empezando de nuevo. Como, acaso,
otros no lo hacen, engañándose a ellos mismos y tratando de engañar a los
demás, aplicando facilismo o intelectualismo donde más debería existir pasión,
sentimiento desbordante.
Usted que ha
viajado mucho por el país con sus talleres y en los encuentros literarios,
¿cómo ve la producción literaria peruana, visto además desde estos tiempos de
mucho pragmatismo?
Va por muy buen camino, porque,
justamente, vivimos cada día en una olla de grillos. En un país de luchas de
toda índole, con muchas carencias, injusticias, contradicciones y miserias;
donde la hipocresía y la falsedad campean y gobiernan, enmascaradas en forma de
ley, promesa, y que acaban en reiterada estafa, viniendo y yendo de todo lugar
hacia todo lugar, en términos de institución o de personajes importantes,
“prestigiosos”. Por lo tanto, ¿te das cuenta cuánto buen material novelístico o
cuentístico tenemos aquí, para motivarnos a escribir? En términos de miseria,
tenemos minas de oro literario. Pero también, felizmente, tenemos aún
esperanza, fe en un buen futuro, en salir de tanta miseria y confabulación, y
todavía podemos aspirar a un país que se levante y surja positivamente en
muchos sentidos. De aquí que, el escritor que intente retratar cualquier lugar
del Perú, desde cualquier rincón, esquina, cafetería o institución –sea andino,
“criollo” o “regio”-, tiene aquí todo a su alcance para triunfar. Porque lo que
interesa es el cuento o la novela bien escrita en términos artísticos, de
calidad y de honestidad en el sentimiento. Porque el buen escritor puede estar
en cualquier lugar, venga de la selva o de Miraflores, y, eso, bien lo sabemos.
Y, de hecho, que así está ocurriendo, con desventajas para unos y ventajas para
otros. Con facilidades para publicar y con miles de líos para sacar a luz una
obra. Siempre fue así. Total, hay una realidad histórica, social, cultural, que
es trágica, pero que al arte le sirve porque es muy rica. Ya Mario Benedetti lo
dijo: “Y es que la gran literatura nace de la infelicidad”; pero, más de la
infelicidad que de la felicidad.
Está publicando
ahora un libro de poesía, luego de muchos años sin hacerlo, ¿por qué esta
decisión? ¿Cuándo escribió este libro?
“Manifiesto del ocio”, es el
poemario que hoy aparece, pero que emocionalmente lo he vivido muchos años
atrás mientras me cargaba de experiencias y leía otros poemarios, toda una
vida. Porque nunca he dejado de leer y disfrutar la poesía. Creo que leo más
poesía que cuentos. Tanto es así que, incluso, cuando hago cuentos suelto el
tono poético, aquello que es imprescindible para un buen relato y que sostiene
al buen cuento. Por lo menos, siempre intento esto. De ahí que, crear este
poemario me resulta algo natural y ciertamente cómodo porque nunca separé
poesía de prosa. Sobre todo si considero que el arte es uno solo, y para que lo
sea tendría que sostenerse en algo vital: la poesía. El misterio de la poesía.
¿Hay arte sin poesía y misterio? Veo poesía en todo lo que hizo Picasso, oigo
poesía en Vivaldi o Bethoven. El libro en realidad pertenece a un conjunto
mayor, que llamo: “Poesía en sartén de palo”, de donde es parte “Manifiesto del
ocio”; luego, vendrán nuevos títulos, “Academia de la tristeza”, “La cucarachas
bailan mambo”, “Academia del ocio”… Y, aunque no lo creas, todo esto deviene de
un libro en prosa que estoy por publicar ahora mismo: “El libro de las jodas”,
un conjunto de unos doscientos relatos y cuentos breves, brevísimos, y no tan
breves.
¿Cómo diferencia la
poesía de la narrativa?
No veo ninguna diferencia. Solo es
cuestión de formas. Ambas, poesía y narrativa, si son dignas de serlo: son
poesía. Si no es así, ahí está Borges o Alejo Carpentier, Chejov o Maupassand,
sólo tienes que releerlos para confirmar o corroborarlo. Todo arte en esencia
es poético y se sostiene en un aire de
misterio. Todo arte transmite poesía. La poesía, cuando quiere, a capricho
cambia a novela, teatro, cuento, música o cine. Pero todo es poesía, como la
vida lo es. Vivir lo es. Vivimos en poesía.
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