miércoles, 18 de septiembre de 2019

Cronwell Jara

Cronwell Jara


He leído la definición cultural que hace del Perú, la de un país andino, y creo que es difícil cambiar aquella definición pues existen los Andes que nos sobrevivirán a todos, y hay una inmensa cultura andina antes de la llegada de los españoles, cultura aun viva. ¿En dónde cree usted que está el problema de una convivencia armónica entre los que nos llamamos, todavía, peruanos?

El trasfondo del problema se debe, me parece, a un horrible complejo. Como peruanos somos gigantes o enanos acomplejados; tanto los llamados “andinos” como los llamados “regios” sufrimos un terrible complejo racial y económico. El “regio” ve al andino como a un ser despreciable, que sólo se preocupa de cosas y situaciones repudiables, fétidas o nauseabundas; al “regio” le molesta aquella literatura que hable del hombre del ande y su historia, sus miserias, sus reclamos políticos y sociales; le joden o le apestan al “regio” los rituales del andino, sus fiestas, costumbres y vivencias. Le significan aspectos “pasados de moda” o temas “trasnochados”, porque en el fondo de su ser “regio” hay todavía el espíritu de un hacendado o gamonal, un dueño de vidas, un “gran señor” quien, como ya perdió la hacienda, ahora no quiere oír hablar de quienes antes fueron –según sus íntimos sentimientos- sus lacayos y de lo que significó su pasado de efímeras glorias y frustraciones. Esta actitud, es por lo tanto, déspota, está saturada de un enorme rencor y resentimiento. Por lo tanto, quien como escritor sólo se preocupa del mundo andino y su problemática le cae antipático, anacrónico, hiere su exquisita sensibilidad que busca otra cosa: hablar de su “verdadero pasado”, de su lugar de origen: Europa, Francia, Estados Unidos o de cualquier lugar del mundo; y novelar o poetizar sobre sus vinos, sus calles, sus plazas, de una vida que se “reinventan”, donde les cae bien sentirse europeos o norteamericano, y ¡jamás peruano! Les duele decir “soy peruano” porque les significa reconocerse del Tercer Mundo. Y al llamado “andino”, no. Le enorgullece su pasado, se siente responsable de sus afanes reivindicativos políticos, sociales, culturales. Y, por supuesto, le es lógico ver como huachafos a los “regios”, porque su postura es postiza, adefeciera, mentirosa, desleal con su país y consigo mismos, cínica e hipócrita, porque en el fondo saben que se están mintiendo y que sólo buscan su “acomodo” en un país extranjero que no les pertenece y con el cual tampoco se llevarían bien, porque allá siguen siendo –paradógicamente- los “andinos” que acá repudiaron. Pero, en resumen, permíteme decirte algo: resulta doloroso tener siempre que oír de un extranjero algo muy importante para los peruanos: el odio que se tiene unos con otros. Que no hay peor enemigo para un peruano que otro peruano. Aquí y, acaso con más énfasis, en el extranjero. Y esta disputa estúpida lo demuestra. Y te digo algo más, cuando nos ven pelear “de fuera” tal como lo hacen “regios” y “andinos”, nos ven como grandes idiotas que no sabemos hacer más que eso; en vez de apoyarnos, valorarnos, demostrarnos calidad humana y honestidad, descubrirnos como reales escritores. Y todo porque, por otra parte, también esta verdad: en uno y otro lado hay falsos escritores, enmascarados que sólo buscan un fácil prestigio, figurar, y demostrarse que son tales, cuando no lo son. La farsa y el afán de figura también abunda en todo esto. Y eso se nota a leguas. En todo caso, si quieres saber mi posición ante esta polaridad, ya la he escrito en “Memoria del relámpago”

Usted es un excelente escritor de cuentos, ha escrito también una novela muy breve: “Montacerdos”. ¿A qué se debe esto? Es algo muy particular en nuestro medio, dado que hay pocos cuentistas natos; aunque no debería ser raro, puesto que hay una gran fuente oral en nuestros pueblos.

Tuve la desgracia y ahí la suerte de tener un origen pobre, en términos económicos, pero muy rico en términos de cultura polular. Nací en un barrio de Piura, Buenos Aires, y luego no bien tuve cinco o seis años fundamos con mi familia el barrio Mariscal Ramón Castilla, en el Rímac. Luego, he visto, he olido y he padecido la pobreza –no la desesperante miseria-- muy de cerca, hasta los 17 años; luego, cuando mis padres mejoraron económicamente, nos mudamos a un cómodo espacio, la Urbanización El Bosque, donde vivo actualmente. Pero, la experiencia me sirvió terriblemente. Amé y amo a mi barrio viejo, a mis amigos y a su gente; y alejarme de ellos me significó una natural dolorosa nostalgia a la que sólo se la mata escribiendo: “Montacerdos”, “Patíbulo para un caballo”, y varios cuentos donde rememoro lo que más me desconcertó o asombró. Como aquello que también me estremeció, por decir, la pobreza económica de mis amigos, de la gente que quise y quiero mucho. Y tal vez, por esa nostalgia y ese dolor y angustia por desear ver mejorar la calidad de vida en ellos, es que escribo como escribo. Tratando de decir como si fuese un poema lo que digo, con emoción, ternura, asombro. Como si fuese lo más sagrado, porque es lo más sagrado. Y tratando de ser honesto en lo que pienso y siento. Es decir, no finjo cuando escribo. Ni adopto una pose de escritor. Sólo escribo y cuando lo hago, lo hago sin creerme escritor o poeta. Ni me siento modelo de nada. Sólo escribo porque me gusta hacerlo, con delectación y esmero, con padecimiento y sacrificio. Tratando de corregir mil veces, rehaciendo o empezando de nuevo. Como, acaso, otros no lo hacen, engañándose a ellos mismos y tratando de engañar a los demás, aplicando facilismo o intelectualismo donde más debería existir pasión, sentimiento desbordante.

Usted que ha viajado mucho por el país con sus talleres y en los encuentros literarios, ¿cómo ve la producción literaria peruana, visto además desde estos tiempos de mucho pragmatismo?

Va por muy buen camino, porque, justamente, vivimos cada día en una olla de grillos. En un país de luchas de toda índole, con muchas carencias, injusticias, contradicciones y miserias; donde la hipocresía y la falsedad campean y gobiernan, enmascaradas en forma de ley, promesa, y que acaban en reiterada estafa, viniendo y yendo de todo lugar hacia todo lugar, en términos de institución o de personajes importantes, “prestigiosos”. Por lo tanto, ¿te das cuenta cuánto buen material novelístico o cuentístico tenemos aquí, para motivarnos a escribir? En términos de miseria, tenemos minas de oro literario. Pero también, felizmente, tenemos aún esperanza, fe en un buen futuro, en salir de tanta miseria y confabulación, y todavía podemos aspirar a un país que se levante y surja positivamente en muchos sentidos. De aquí que, el escritor que intente retratar cualquier lugar del Perú, desde cualquier rincón, esquina, cafetería o institución –sea andino, “criollo” o “regio”-, tiene aquí todo a su alcance para triunfar. Porque lo que interesa es el cuento o la novela bien escrita en términos artísticos, de calidad y de honestidad en el sentimiento. Porque el buen escritor puede estar en cualquier lugar, venga de la selva o de Miraflores, y, eso, bien lo sabemos. Y, de hecho, que así está ocurriendo, con desventajas para unos y ventajas para otros. Con facilidades para publicar y con miles de líos para sacar a luz una obra. Siempre fue así. Total, hay una realidad histórica, social, cultural, que es trágica, pero que al arte le sirve porque es muy rica. Ya Mario Benedetti lo dijo: “Y es que la gran literatura nace de la infelicidad”; pero, más de la infelicidad que de la felicidad.

Está publicando ahora un libro de poesía, luego de muchos años sin hacerlo, ¿por qué esta decisión? ¿Cuándo escribió este libro?

“Manifiesto del ocio”, es el poemario que hoy aparece, pero que emocionalmente lo he vivido muchos años atrás mientras me cargaba de experiencias y leía otros poemarios, toda una vida. Porque nunca he dejado de leer y disfrutar la poesía. Creo que leo más poesía que cuentos. Tanto es así que, incluso, cuando hago cuentos suelto el tono poético, aquello que es imprescindible para un buen relato y que sostiene al buen cuento. Por lo menos, siempre intento esto. De ahí que, crear este poemario me resulta algo natural y ciertamente cómodo porque nunca separé poesía de prosa. Sobre todo si considero que el arte es uno solo, y para que lo sea tendría que sostenerse en algo vital: la poesía. El misterio de la poesía. ¿Hay arte sin poesía y misterio? Veo poesía en todo lo que hizo Picasso, oigo poesía en Vivaldi o Bethoven. El libro en realidad pertenece a un conjunto mayor, que llamo: “Poesía en sartén de palo”, de donde es parte “Manifiesto del ocio”; luego, vendrán nuevos títulos, “Academia de la tristeza”, “La cucarachas bailan mambo”, “Academia del ocio”… Y, aunque no lo creas, todo esto deviene de un libro en prosa que estoy por publicar ahora mismo: “El libro de las jodas”, un conjunto de unos doscientos relatos y cuentos breves, brevísimos, y no tan breves.

¿Cómo diferencia la poesía de la narrativa?


No veo ninguna diferencia. Solo es cuestión de formas. Ambas, poesía y narrativa, si son dignas de serlo: son poesía. Si no es así, ahí está Borges o Alejo Carpentier, Chejov o Maupassand, sólo tienes que releerlos para confirmar o corroborarlo. Todo arte en esencia es poético y se sostiene en un  aire de misterio. Todo arte transmite poesía. La poesía, cuando quiere, a capricho cambia a novela, teatro, cuento, música o cine. Pero todo es poesía, como la vida lo es. Vivir lo es. Vivimos en poesía.

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