Miguel Gutiérrez
Esta entrevista la realizamos el
crítico David Abanto, el joven narrador Gabriel Ruiz Ortega, la poeta Carolina
Fernández y quien firma, una noche cálida de febrero en un café del Centro de
Lima, cerca de donde vive quien es uno de nuestros más importantes narradores
en la actualidad, cuya obra va creciendo en trascendencia y honestidad. Aquí
presentamos gran parte de lo que se registró aquella noche.
Entrevistadores:
Existe una tendencia entre muchos escritores peruanos a no encontrar una mayor
relación entre su obra y las tradiciones literarias en el Perú. ¿Existe una o
varias narrativas en el Perú? ¿Cómo ubica Miguel Gutiérrez su obra en ella?
Miguel Gutiérrez: Cuando yo vine a
estudiar a Lima, muchacho de 17 años, la narrativa peruana se reducía a unos
diez libros, y ahí terminaba la tradición válida; por cierto, no hablo de
libros que tienen una importancia histórica y cultural, sino de libros cuya
escritura resulta aún incitante para tu propio trabajo. Pienso que ahora el
joven que comienza a escribir ya no sólo cuenta con diez libros de ficción
narrativa, tiene por lo menos cincuenta libros de considerable valor, cosa que
no ocurría con alguien que entraba a la universidad hacia fines de los 50.
Desde que empezó mi etapa formativa me moví en dos niveles. Por una parte leía
la narrativa peruana que, como acabo de decir, era muy modesta en cuanto a cantidad;
por otra, seguía fascinado el desarrollo que la novela había alcanzado en el
siglo XX, especialmente en occidente. Leía también algunos textos de la novela
japonesa y de la novela china. En suma, me siento heredero de la tradición de
la novela en su conjunto. Desde luego, en el desarrollo de las ficciones
novelescas existen diferentes líneas y modelos. Si yo puedo tener alguna
preferencia por la novela realista, esto no quiere decir que no goce ni me
interese por otras formas de escritura novelesca, incluyendo las formas no
re4alistas. En la narrativa peruana han habido dos líneas: la narrativa
realista, predominante, y la fantástica que, aun cuando en menor número,
constituye también una línea: Ventura García Calderón, Clemente Palma,
Valdelomar, el propio Vallejo de Escalas y de Contra el secreto profesional,
línea que continúa con algunos textos notables de los narradores del 50. Pienso
que una de las características de la narrativa peruana actual es que, frente a
la tradición realista se escriben mayor número de ficciones de considerable
calidad con una poética distinta al del realismo, una de cuyas manifestaciones
es el relato fantástico. De modo que dentro de una narrativa no realista hay
narrativa lúdica, culturalista, onírica, de ciencia ficción y novela fantástica
propiamente dicha. Hay un escritor que es muy versátil y que escapa un poco a
la tradición dominante, me refiero a José Adolph, que ha cultivado la narrativa
realista política, el relato de anticipación, de terror, la novela de ideas… A
él más bien lo ubico dentro de otra tradición más amplia, vinculada a la tradición de los novelistas
judíos del siglo XX. Otro caso es el de Hinostroza, que tiene una estupenda
colección de cuentos de poéticas diferentes y Fata morgana, una novela que a mí
me gusta mucho en ese nivel espléndido de crónica amatoria un poco en la línea
de Henry Millar, pues esas reflexiones freudiano marxistas de explicación de la
historia resultan atosigantes y entorpecen el placer de la lectura. También hay
formas más clásicas de las ficciones fantásticas como las de Harry Beleván. Y
ahora hay una novela culturalista y aun lo que se ha dado en llamar meta
ficciones. Todo lo cual me lleva a pensar que en la actualidad la narrativa no
realista, ha dejado de ser una línea marginal en nuestra tradición. Ahora bien.
Yo creo que dentro de un discurso realista, pueden entrar los elementos
fantásticos, elementos simbólicos, elementos oníricos y alucinatorios, como he
intentado mostrarlo en algunas de mis novelas. Podemos decir, entonces, que hay
un discurso predominantemente realista y un discurso narrativo
predominantemente no realista. Hay escritores en el Perú, por hablar de los
jóvenes, de la gente posteriores a mi generación, que cultiva tanto la
narración realista como la narración fantástica, la narrativa culturalista y
onírica; entre las mujeres, por ejemplo, Pilar Dughi. Pienso que es una
escritora a quien todavía no se le ha hecho justicia. José de Piérola es otro
escritor que practica con igual eficacia la narrativa realista y la o realista.
E: ¿Ud. considera
que hay un parricidio a la tradición de la que hace un momento habló?
M.G.: A partir de los años 90 ha habido un discurso
beligerante contra el realismo, una actitud beligerante contra el relato
realista. Es probable que estos escritores hayan querido romper con la
tradición inmediatamente anterior. Un tipo de novela que no tenga que ver con
la conducta humana dentro de los hechos históricos y sociales; por ejemplo, los
personajes de Mario Bellatín se mueven en escenarios que no remiten a espacios
empíricos concretos y aspiran a una autoreferencialidad extrema. Nada de contextos,
pues. La historia de Canon perpetuo probablemente inspirada en la situación de
Cuba puede transcurrir en cualquier lugar del mundo. Para él cualquier
descripción de la realidad significa
costumbrismo. No sé si quiso escribir un pastiche, pero en una novela
suya que se desarrolla en Japón, hay mucho de costumbrismo y de sabor local.
Ahora bien; a mi me parece perfectamente legítimo que los escritores jóvenes
exploren otras formas de de escritura, pues implican distintas exploraciones de
lo real.
E: Centrándonos más
en su obra, usted ha abarcado diversos temas en sus novelas. ¿Cuál es el
registro creador que Ud. considera le falta explorar?
M.G.: Puede sonar ingenuo,
petulante, pero no es así, yo quisiera ser todos los escritores, explorar
diferentes caminos. Lo he dicho en otras ocasiones: me apasiona la tradición de
Dostoievski y Tolstoi, pero también me seducen ficciones de distinto registro,
como las de Kafka al que leí con absoluto deslumbramiento al ingresar a la
universidad. Si tuviera que volver a
vivir, exploraría con diferentes modos narrativos, sería feliz escribiendo
novelas de aventura, picarescas, policiales, simbólicas, de ideas. En La
violencia del tiempo, novela hecha de novelas según la tradición cervantina, he
explorado diferentes tipos de ficciones novelescas. Si no me equivoco, LVT
contiene una novela formativa, novelas existenciales, una saga familiar,
novelas históricas, pastiches, además de combinaciones de estilos, de formas de
lenguaje. Ahora, en este momento, me interesa escribir novelas que tengan que
ver con la realidad del país de los últimos años del siglo pasado,
especialmente de los años 90. Tengo dos o tres proyectos narrativos, uno de los
cuales se halla más avanzado. No sé si los terminaré, por lo menos quisiera
terminar una de estas novelas. Lo que las une es el tiempo; todas tienen que
ver con el Perú contemporáneo. La que estoy avanzando más, narra la historia de
un sujeto que es perseguido por tres fuerzas diferentes que buscan matarlo:
Sendero Luminoso, un grupo paramilitar y su mujer. Es una ficción en que el
trasfondo es histórico real; pero, como toda novela, es una invención. Sean
realistas o fantásticas, las novelas son fundamentalmente invenciones, como
diría Borges “son sueños dirigidos”.
E: La novela es,
entonces, para Ud., el terreno de la libertad, ¿hasta qué punto existe esa
libertad creadora?
M.G.: El escritor tiene que luchar
por conquistar esa libertad. Pienso que siempre hay una manipulación de los
seres humanos. No, la libertad absoluta no existe en la existencia humana.
Nadie puede escapar a esa manipulación originaria que es la herencia genética,
nadie escoge la familia, la clase, el país, los órdenes culturales e
institucionales, ni el tiempo o la época. Podría entonces hablarse de una
suerte de manipulación trascendental, quitando ese término de toda connotación
religiosa y metafísica. Pues bien; dentro de estos límites los individuos deben
buscar y merecer la libertad. Fíjese lo que me ocurrió a mí. En el año 65,
debido a la situación política que vivía el Perú y el encuentro con nuevas
ideas me pareció que lo que había
escrito no valía nada en relación a los requerimientos sociales que la realidad
del país imponía, y pensé que todo escritor honorable debía abordar los grandes
temas. Empecé, entonces, una novela para la cual yo no estaba preparado, en la
que pretendía representar lo que estaba aconteciendo en el país en los últimos
años a partir de de la vida de un grupo de personajes nacidos en la década del
30. Abandoné el proyecto después de haber escrito más de 400 páginas pues me di
cuenta que no estaba preparado ni vital ni literariamente. Y fracasé numerosas
veces en mi intento de utilizar la forma novelesca al servicio de mis nuevas
ideas Esto me trajo graves problemas creativos que empecé a resolver hacia fines de los
años 70 cuando leí o volví a leer (a
veces por cuarta vez)los grandes textos del género novelesco como El Quijote,
La guerra y la paz, En busca del tiempo perdido o Ulises. Entonces comencé a
darme cuenta que la novela es un género literario pero también es un espacio de
la libertad, es un espacio donde el escritor puede explorar las diferentes
conductas humanas. Comentando a Sastre, George Steiner, el gran crítico,
escribe que todos quisiéramos que los grandes escritores fueran también
humanistas de pensamiento democrático, pero por desgracia no es así. Yo he
contado en otra oportunidad todo lo que le debo a Dostoievski. Durante cinco
años, por lo menos, lo leí exclusivamente, sintiendo hacia él una afinidad
espiritual. Pero, a pesar de que no tenía ninguna formación ideológica ni
política, no me gustaron sus ideas políticas que expresaba en sus artículos y
ensayos, me parecían ideas reaccionarias, oscurantistas. Cómo es posible esta
diferencia entre un escritor de ideas políticamente comprometidas con el
zarismo, con la iglesia rusa de esa época, y su obra; cómo este escritor que
como hombre político fustiga las ideas progresistas, sin embargo, es capaz de
darle a estos personajes, que tienen ideologías diferentes, libertad de
pensamiento; pero esto es justamente lo maravilloso de la novela. Es decir, la
novela es el territorio de la libertad, donde más allá de las más íntimas,
secretas, convicciones del autor, se confrontan, sin manipulaciones, todas las
ideas y muestran todas las formas de la conducta humana.
E: Ud. ha dicho que
no sigue un derrotero cuando escribe una novela, la pregunta sería: ¿cómo es su
sistema de trabajo? ¿Es un sistema de acopio?
M.G.: Depende del tipo de novela que
uno escribe. En La violencia tenía que tener algunas lecturas dada la
naturaleza de lo que iba a contar; por ejemplo, tuve que leer sobre la Comuna
de París, sobre la semana trágica de Barcelona, sobre la conquista, etcétera
para poder escribir sobre determinados temas y motivos. El gran reto del
novelista es incorporar todos estos datos a la ficción, o que sean ellos mismos
ficción. Babel en el paraíso nace de una experiencia que tuve en China, estuve
tres años allí en un sitio que se llamaba el Hotel de la Amistad. Allí vivían
los extranjeros que venían de todas partes del mundo, de África, de Medio
Oriente, de la India, de Europa, de Hispanoamérica y de EE. UU. Y como era un
mundo cerrado, podía convertirse en un mundo infernal. Bien. A partir de esta
experiencia imaginé una novela en forma de parábola burlesca de caráctere
abierto, pues era posible escribir una serie de variantes, tal vez 21
variantes. Pasaron más de diez años hasta que lo que ocurrió en el mundo y en
el Perú a fines de los 80 y principio de los 90 en relación al socialismo y la
guerra interna me llevaron a plasmar aquella historia casi sin darme cuenta en
cinco meses. Desgraciadamente tienes que trabajar para poder sobrevivir y me
pasó ese estado de euforia creativa que necesitaba para escribir las otras
variantes. Y créame que a veces siento nostalgia por esas novelas que no pude
escribir. Hombres de caminos nació como
un capítulo de La violencia, pues por los requerimientos de la historia uno de
los Villar tenía que convertirse en bandolero. Y cuando iba avanzando me di
cuenta que de ahí salía otra novela; la escribí muy rápido, en tres meses, para
retomar mi novela grande. La destrucción del reino surgió de la lectura de un
grupo fotográfico que me mostró un amigo para que les pusiera algunas leyendas.
Escribí Poderes secretos para participar en un coloquio al que fui invitado
para hablar sobre historia y novela. Me dije que en vez de disertar doctamente
sobre estos dos discursos debía mostrar en la práctica la diferencia que
existen entre ambas formas. Pensé en la figura del Inca Gracilaso de la Vega y
construí un argumento que escribí en menos de dos meses.
E: En una
entrevista Ud. dice que La violencia, por cuestiones de trabajo, en vez de los
ocho que le tomó le hubiese tomado cuatro años escribirla. Además que hubiese
resultado ser una novela totalmente distinta, ¿en qué sentido hubiera cambiado?
M.G.: Había una historia vertebral
-la historia de los Villar- que yo venía dándole vuelta desde hacía muchos
años. Por fin la empecé las escribir en las vacaciones del 81 o del 82.
Recuerdo que me recluí en la casa de mis padres, en La Campiña de Chorrillos, y
sin pensarlo mucho y con gran facilidad empecé un texto que llamé Una tumba
para Primorosa Villar y que se publicó en parte en Hueso Húmero.
Lamentablemente, cuando estaba agarrando vuelo tuve que interrumpir mi
escritura, pues las vacaciones se acabaron y debía incorporarme a la
universidad donde trabajaba. Pasaron varios meses antes de que encontrara un
espacio para retomar mi novela, pero entonces habían ocurrido nuevos hechos en
el país y mi estado de ánimo era completamente diferente. Quizá si yo hubiera
tenido una disciplina a lo Vargas Llosa habría concluido la novela según el
diseño inicial, pero mi imaginación se disparó incontrolable y comencé a andar
de tumbo a tumbo hasta que toda esa materia caótica fue encontrando una
estructura en la cual hallaron cauce de todas
las historias. Probablemente si aquellas vacaciones hubieran durado un mes más
no existiría La violencia; si no la novela corta Una tumba para Primorosa
Villar. Como ve todo tiene su pro y su
contra.
E: Casi todas sus
novelas están ambientadas en el norte del país y casi los tópicos se repiten.
Hace recordar mucho a Faulkner. ¿Ud. considera que el norte del país,
específicamente Piura, es su Yoknapatawpha?
M.G.: Faulkner es uno de los
escritores que en mi época formativa jugó un rol muy importante. Sí, Faulkner
fue una lectura permanente por lo menos durante unos diez años. Ahora bien. No
es que descubriera en Piura una dimensión faulkneriana, sino que en Faulkner aprendí a convertir un lugar en
un espacio simbólico, transfigurarlo en un orbe donde se puede representar la
totalidad de la experiencia humana. Por lo demás, a mi me era más fácil contar
una historia ubicada en Piura y en la región piurana, por el conocimiento que
tenía de la realidad, con la que por cierto tenía cuentas por saldar. Pero las
novelas pueden crecer desde adentro y entonces rompen los límites en los que
fue imaginada originalmente. Y así la novela fue abarcando otros espacios
distintos a los de Piura. Y mientras crecía comencé a concebirla como una
novela summa en la que, en forma de tributo, fui dejando huellas y ecos de los
autores que yo más había frecuentado y amado. Por eso en La violencia el lector
culto y acucioso podrá advertir la presencia de muchos autores como Faulkner,
Joyce, Guimaraes Rosa, Onetti, Borges… Pondré un solo ejemplo, el episodio en
que Primorosa Villar retorna a Congará después de muchos años, reproduce (o por
lo menos intenta reproducir) la atmósfera faulkneriana de El sonido y la furia,
tanto de la novela misma como de su mala versión cinematográfica. Hace algunos
años el historiador Carlos Araníbar me habló de la estructura cervantina de La
violencia, de la que yo no he tomado plena conciencia hasta mi reciente
relectura total de El Quijote. Curiosamente entre la veintena de libros que
Martín Villar al romper con la universidad lleva su pueblo para aprender el
arte de la novela que le permita escribir algún día la historia de su linaje,
en esta biblioteca tan cervantina, repito, no figura la obra maestra de
Cervantes. Fíjese qué omisión tan significativa. Qué ingratitud.
E: Se dice que un
escritor escribe sus ficciones con la memoria. ¿Cuánto de memoria hay en La
violencia?
M.G.: El proceso es así: memoria,
imaginación, invención, escritura. Los estratos de la memoria son insondables,
pero por razones pragmáticas se pueden privilegiar territorios como los de la
memoria individual, familiar, cultural, histórica y aun se puede hablar de una
memoria de la especie. Proust identificaba memoria e imaginación, pues toda
evocación, voluntaria o involuntaria, emerge trabajada ya por la imaginación.
El recuerdo de un suceso, de un personaje o de una imagen es sólo el
desencadenante de los poderes de la invención que en el momento clave de la
escritura se concretará en una ficción. Aunque muchas de mis historias están
ambientadas en Piura, nunca sucedieron en la realidad sea Hombres de caminos,
La destrucción del reino o El mundo sin Xochitl. Por ejemplo para la creación
de la Zarca de La destrucción, me bastó recordar alguna charla de mi infancia
en la que se hablaba de la existencia de bandoleras para inventar una historia.
Una de las imágenes más fuertes de mi primera infancia era el de un caserón
casi en ruinas que la gente llamaba “la casa quemada”, que remitía a unos de
los episodios de mayor prestigio de la mitología señorial piurana. Durante las
postrimerías de la guerra con Chile, por una cuestión de tierras “los serranos”
del pueblo andino de Chalaco invadieron y tomaron Piura. Se encontraron con una
ciudad vacía y cuando comprendieron que habían caído en una trampa preparada
por los terratenientes de la ciudad ya no pudieron dar marcha atrás. Fueron
obligados a parapetarse en la casona donde finalmente fueron quemados vivos. En
mi infancia escuché innumerables veces esta historia, pero nunca pensé en ella
en términos literarios hasta que, haciendo una investigación sobre ese
movimiento a fines de los 60 o comienzos de los 70, encontré en un artículo una
frase de dos o tres líneas, en la que se responsabilizaba del levantamiento de
los indios (en realidad eran mestizos, racialmente parecidos a los campesinos
cajamarquinos) a un cierto francés, llamado Bauman de Metz, que llegó a Piura y
se internó luego en la zona del Alto Piura, y soliviantó a los campesinos de la
zona. El dato me lo confirmó un historiador paisano mío que me reveló un hecho
decisivo: los comuneros chalacos entraron a Piura con una bandera negra al
grito de “¡Viva la Comuna!”. Ahora bien. Este Bauman de Metz reposa en una
tumba del cementerio de Baquíjano del Callao. Visité esta tumba: según la
lápida el enigmático señor de Metz murió en 1912. De modo que mi trabajo de
novelista consistió en inventarle una historia vinculada a la Comuna de París
de 1871. De manera homóloga trabajó mi memoria en Xóchitl a partir de una
historia que ya estaba propuesta en El viejo saurio se retira. La memoria
alterada por la imaginación proporciona el material primario que la invención y
la escritura trasmutará en una ficción.
E: Ud. acaba de
mencionar una de sus grandes novelas que es El mundo sin Xótchitl, hay que
decir maltratada por una crítica mezquina, pero algo que se nota en esta
novela, y que usted acaba de mencionar, es el estilo muy heredero del siglo de
Oro español, más que nada cervantino y quevediano. ¿Qué podría decir al
respecto?
M.G.: Antes de ponerme a escribir la
novela me pregunté: ¿quién cuenta la historia? O mejor, puesto que la novela
asume la forma de Memorias, ¿quién es el autor de las mismas? Es un individuo de Piura que nace en el seno
de una familia de terratenientes en decadencia. Hombre culto, pero con una
cultura pasada, decide traspuestos los 60 años escribir su memoria sobre lo que
fue el acontecimiento central de su vida que ocurrió 50 años atrás durante su
infancia. El lenguaje entonces tiene que estar de acuerdo con la personalidad y
la cultura del personaje autor de las memorias. No sé si hay mucho de Quevedo,
pero en todo caso el protagonista debió ser un asiduo lector de poetas y
escritores de los siglos de oro de España. Recuerdo que una vez la conductora
de un programa cultural para un canal local, a propósito de mi novela Xóchitl
me preguntó si había leído Cumbres borrascosas, pues le encontraba alguna
semejanza con mi novela. Por supuesto yo había leído aquella hermosa novela más
de treinta años atrás pero la tenía por completo olvidada al momento de la
escritura. ¿Qué pudo ocurrir entonces? En mi ensayo “El revés de El mundo sin
Xochitl” he tratado de explicar el acto creativo tal como cristaliza en el
momento de la escritura. Es el momento mágico, maravilloso de la creación
literaria, donde confluyen todo lo que tú has vivido, todo lo que tú has leído
y todo lo que has percibido. ¿De dónde sale este u este otro personaje? ¿De
dónde sale, por ejemplo, doña Mathilde? Hubo modelos de la vida real que se
fusionaron con modelos tomados del cine o de la novela. No fui consciente al
momento de escribir, pero después advertí que doña Mathilde pertenece al linaje
de las mujeres maduras que aman apasionadamente a hombres más jóvenes de la
novela universal, como las protagonistas de Las ilusiones perdidas o La
educación sentimental. Umberto Eco dice que el escritor posee una especie de
enciclopedia personal, gran parte de la cual permanece sepultada pero que se
activa durante el proceso creativo; son corrientes subterráneas que al ser
convocadas, a veces fortuitamente, afloran con su misterioso poder
transformador el momento de la escritura. No es improbable entonces que
olvidadas pasajes de Cumbres borrascosas hayan venido desde el pasado para
alimentar mi ficción. Y esto no me molesta, por el contrario me enternece
porque admiro y amo mucho la novela de Emile Bronte.
E: ¿Ud. se
considera en el estilo un escritor flaubertiano? ¿Trabaja mucho el estilo?
M.G.: No. Pertenezco a otra
tradición. No soy fanático de la forma. No soy un estilista que va buscando la
palabra perfecta, la eufonía singular, la coma exacta. Esforzándome por no
agredir a la gramática, yo parto de la idea que el lenguaje debe ser funcional
a la historia que se está contando y a los personajes. El no tener un estilo
único, me deja mucha libertad para explorar con diversos registros de la
lengua, tanto de la norma oral como de la norma estándar. En La violencia hay
diversidad de estilos; por ejemplo, en episodios como el de la Comuna de París
y el Diario de la peste se emplea una norma estándar culta, pero difieren en el
tono de acuerdo a las características personales del señor de Metz y el doctor
González. En cambio, en otros pasajes prima la oralidad.
E: En esta última
novela El mundo hay un alejamiento, por ejemplo, del halo que uno notaba en
otras novelas, en relación a un compromiso político. ¿Cómo ve esta novela ahora
que han pasado varios años?
M.G.: Más allá de la ideología y la
militancia partidista, me interesa la pasión política en la medida que responde
a una de las experiencias fundamentales de los seres humanos. En El mundo esta
dimensión está como puesta entre paréntesis por la naturaleza de la historia y
de los personajes. El mundo trata de la búsqueda por parte de los pequeños
amantes del amor absoluto, donde el tiempo transcurre por carriles distintos a
los del devenir histórico, dimensión donde tienen lugar las pasiones políticas.
Y la ética de los novelistas consiste en respetar los universos interiores de
sus personajes. Todo lo cual no quiere decir que la política, las pasiones
políticas, hayan dejado de preocuparme; al contrario, en la novela que estoy
escribiendo el mundo de las pasiones políticas ocupa el centro de mi invención.
E. ¿En esta novela
que Ud. está escribiendo, recoge estos fenómenos culturales masivos que
acaecieron en los 90, por ejemplo, lo que se da en la música, la tecnocumbia?
M.G.: La música cumple un rol
importantísimo para crear la atmósfera que rodea la historia. A mi
particularmente la ópera no me interesa, pero durante la escritura de Xóchitl
escuché arias e incluso óperas enteras Ahora, en mientras escribo mi nueva
novela, escucho mucho rock, salsa, cumbia, tecnocumbia, pues todos estos ritmos
y sonidos conformarán la banda sonora de la novela que estoy escribiendo. El
rock llegó al Perú durante mi adolescencia, y aunque no es exactamente la
música que prefiero, no soy ajeno a su espíritu, pues ahora ya no se puede
imaginar las urbes, las pequeñas y grandes urbes sin el sonido universal del
rock.
E: Por la época de
Narración quería hacer una especia de novela total. ¿En la novela que está
escribiendo sigue esa tendencia o se está dedicando a un punto de vista más
fragmentario como el Mundo sin Xotchil?
M.G.: El mundo sin Xóchitl es una
novela que abarca cien años, pero que no se da de manera sucesiva sino que
sigue el orden impuesto por los vaivenes de la memoria del autor. Este, desde
el presente de la escritura, evoca sucesos que ocurrieron en distintas
épocas. Kymper perseguido la novela en
que trabajo, está contada en tiempo presente y desde una perspectiva única. No
será una novela total, pero a través de las relaciones que el personaje central
establece, el ámbito espacial y temporal se ensanchará considerablemente. Ahora
bien, si existe la novela total, lo más cercano a este modelo o paradigma es La
violencia del tiempo, que escribí según el magisterio de autores como Proust o
Joyce.
E: Vargas Llosa
señala que una imagen muy frecuente en su obra es la imagen paterna y por eso
en sus novelas está la inquietud por el mundo de las dictaduras y de lo
autoritario. ¿En su caso cuál sería _ y acabamos de escuchar esta cuestión de
la casa quemada _ una imagen muy fuerte? ¿Alrededor de ello podría agregar algo
más?
M.G.: La imagen que desencadena lo
que llegó a ser La violencia procede de una historia que le escuché a mi abuelo
en mi primera infancia. La imagen es ésta: veo un anciano que, como símbolo de
su rencor y furia, lleva un trapo rojo atado a la cabeza. Todos los miembros
del hogar saben que mientras esto sucede nadie debe hablar ni reír. En mi
novela la transgresión de esta interdicción genera una espantosa escena que
culmina con la castración del “gran padrillo”. La pregunta que yo me hice
durante muchos años era: ¿cuál es la razón o la sin razón de esta furia? En cierta forma, La violencia es un intento
de responder a esta interrogación. Aunque él dado su horizonte mental no puede
ser consciente el rencor y la furia no tiene sólo un carácter personal, íntimo
o privado, sino que hunde sus raíces en la historia, en los orígenes mismos de a la fundación del
linaje de los Villar. Aquí se ve mi interés por los órdenes privados y sociales
e históricos en que se mueven mis personajes. De ahí que uno de los temas
esenciales de mi quehacer narrativo, por lo menos hasta donde soy consciente,
es la exploración de la conducta y el ser de los hombres y mujeres peruanos,
todo lo cual nos remite al problema del mestizaje o a aquello que el escritor
Peter Elmore denomina la “condición mestiza”. Una pasión americana, título provisional
de una novela que tengo esbozada, parte de un hecho real: Un hombre joven,
mestizo cholo, “de buna apariencia”, se enamora y luego se casa con una gringa
norteamericana del Cuerpo de Paz a mediados de los años 60. Cuarenta años
después, viviendo ya en Estados Unidos, el sujeto la asesina y descuartiza
siendo todavía joven. Sospecho que las razones y sin razones de este horrendo
crimen, tiene que ver con la condición mestiza del protagonista. Pues la
condición mestiza es una zona oscura de terribles e insolubles conflictos, que
reflejan los problemas de una sociedad que dista mucho de haber alcanzado lo
que es la utopía garcilacista: una sociedad integrada, justa y armónica.
E: Pasando otra vez
al tema de lo que viene a ser la novela peruana, ¿Ud. cree que hay un
desconocimiento hacia los clásicos últimos peruanos, más o menos de la
generación del cincuenta, por parte de los nuevos escritores? ¿Hay un
parricidio por ignorancia?
M.G.: Sigo con mucho interés la
narrativa de los jóvenes. Como es explicable, la gente tiene otros modelos,
otros íconos distintos, muy distintos, a los de mi propia generación que venera
Joyce y a otros grandes novelistas de la modernidad. He conversado con algunos
jóvenes que tienen menos de 40 años, y Joyce les dice poco o nada, o pertenece
ya a un pasado clausurado. No es el caso de Carlos Herrera el autor de Blanco y
Negro que parodia la estructura del Ulises, lo cual implica un íntimo
conocimiento de Joyce; sin embargo, en la misma novela se rechaza la tradición
narrativa peruana, de la cual sólo se salvan poquísimos libros, como Los Zorros
de Arguedas. Es natural que los jóvenes se sientan fascinados por escritores
del momento, pero no me cabe duda que si quieren construir una obra importante
tendrán que leer a los clásicos antiguos y contemporáneos.
E: Ud. dijo hace un
rato que cuando uno escribe prácticamente vuelca todas sus experiencias, no
solamente vitales sino de lecturas. Cuando se lee La violencia se puede leer
también a faulkner, es como si la tradición fuera una especie de comida
subterránea. Ya que Ud. es un especialista en Arguedas y, por lo tanto, conoce
también el mundo andino, ¿cómo ve al llamado escritor andino?
M.G.: ¿Qué les parece si dejamos
esta pregunta para otra ocasión? Es una pregunta muy compleja, con muchas
aristas, que merecería una conversación aparte. Por el momento sólo diré que la
creciente andinización de Lima y de otras ciudades de la costa y el surgimiento
de grandes urbes en el espacio andino propone nuevos temas y situaciones para los
escritores nacidos en los Andes.
E: Uno de sus
libros del que se habla mucho, pero se ha leído poco, es la Generación del
Cincuenta. ¿Ahora cómo ve ese libro?
M.G.: Cuando apareció mi libro La
Generación del 50 hubo un silencio absoluto en torno a él. Resintió a mucha gente, algunos amigos
intelectuales me quitaron el habla para toda la vida, ejemplo que siguieron sus
discípulos, quienes como profesores inculcaron el mismo rechazo a sus alumnos,
quienes al convertirse a su vez en profesores continuaron con la cruzada. Según
me han contado, se me puso como un ejemplo negativo. Esto coincidió con la
debacle del mundo socialista, la derrota de la subversión en el país y la
instauración del fujimorato en que se impuso el apoliticismo que propició una
cierta literatura del olvido. El libro lo escribí en la terrible década del 80
y la atmósfera que imperaba entonces influyó en el tono vehemente y por
momentos inmoderado del lenguaje que empleé. Fui muy duro, por razones
diferentes, con figuras como Ribeyro, Vargas Llosa, Macera, Quijano y otros.
Sin embargo, mi crítica nunca fue personal, critiqué sus ideas y las conductas
asumidas frente al poder por alguno de ellos. Pero tuve mucho cuidado en
separar sus opciones políticas de la calidad de sus obras. Por cierto el libro
disgustó también a sectores de la intelectualidad izquierdista que no podía
concebir que en sus páginas se alabara la poesía de Eielson o se destacara la
calidad de las novelas de Vargas Llosa. Pasados muchos años puedo decir que me
dolió mucho tener que criticar a escritores que admiraba como Julio Ramón
Ribeyro. Pero dadas mis convicciones no me quedaba otro camino si quería ser
coherente conmigo mismo. En fin, no reniego de ese libro que acaso tenga el
valor de signo de la época que lo generó y cuya escritura apasionada me
permitió descubrir la belleza y las potencialidades del ensayo como forma
literaria.
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