Mario Bellatin
¿Desde cuándo
escribes y por qué narrativa?
Escribo desde muy joven y siempre
narrativa. Al principio eran los cuentos típicos; después, a los veinte años
empiezo a escribir Las mujeres de sal. Fue como una decisión que no se
toma; en esa época estaba aun en la universidad y todavía existía la no
profesionalización en el medio, es decir, escribía la novela después de hacer
mil cosas. Providencialmente, cuando terminé la universidad conseguí una beca
para irme a Cuba a estudiar cine con García Márquez.
¿Pensabas escribir
guiones para cine?
No. Yo solo pensaba en escribir
novelas, pero necesitaba un pretexto, estudiar cine fue el pretexto, porque
socialmente aquí no puedes escribir tranquilo. Yo opto por la literatura porque
soy completamente individualista. En el cine hay mucha gente de por medio.
Tu mencionas tu
gran individualidad. ¿Eso significa que no es importante la comunicación con el
lector?
Por supuesto que sí me interesa. Me
refiero al acto de escribir, una individualidad como quehacer, pero no con el
público.
¿Entre tu primera y
segunda novela es que tú viajas?
Escribo Las mujeres de sal en
los fines de semana y me voy a Cuba. Y ahí si encuentro un ambiente
reivindicativo en el arte y el respeto al escritor. Miles de problemas en Cuba,
pero si tú tienes un proyecto personal, como en mi caso, el hacer un libro, lo
haces. En realidad, no era tanto hacer un libro, sino crearme un estilo,
dedicándome a leer y a hacer cine y a escribir. De ahí me fui a México, donde
hay una reivindicación aún más fuerte. Yo nací en México, pero soy peruano. A
propósito, quiero decirte algo: yo estoy en contra de los nacionalismos. Como
que te exige ser peruano y escribir sobre el Perú. Yo pienso que tengo más en
común con un latinoamericano que encuentro en La Habana, en México o en Chile.
Tenemos muchos puntos en común.
¿Qué pasa con tu
segunda novela?
Efecto invernadero sale en
1992, a seis años de la primera. En esta segunda novela, yo salgo del medio, de
este medio que creo va para atrás, sobre todo ahora, en época de crisis, porque
la cultura es lo primero que cae y subsiste la idea de la no profesionalización
del escritor. Y no solo te hablo de la cuestión económica, porque veo gente de
la plástica que sí tiene la idea de taller, de trabajo respetable. En cambio,
en literatura, no sé por qué los mismos escritores como que nos ponemos
barreras. Yo pienso que para ser escritor tienes que renunciar a mucho, a todo.
Tienes que tomar una decisión muy drástica.
Eres un escritor
prolífico. Luego, ¿qué viene?
Canon perpetuo que ya
estaba escrita antes de Efecto invernadero; lo que pasa es que yo tengo
una especie de horror al vacío. No presento una si no tengo escrita la otra.
Debe ser una
especie de cábala. ¿Qué piensas de la comunicación?
Hay muchas clases de comunicación,
no solo es la comunicación elemental, aristotélica. Yo planteo un tipo de
comunicación en mis libros. La técnica la trato de ocultar al máximo, pongo en
juego muchos recursos para llegar a la transparencia. Mi estilo quiero que sea
el de la transparencia.
Luego de Canon,
me imagino, viene Black-Out?
Mi novela no se llama así. Su título
es Los cadáveres valen menos que el estiércol, es una frase de
Heráclito. Empecé a escribirla en Berlín. Lo de Black-Out surge como un
experimento, resulta que alguien me propone llevarla al teatro y yo digo: ¿Por
qué no? Pero prefiero que sigamos hablando de mis novelas.
Bueno, pero una
última curiosidad respecto a Black-Out, ¿a qué se debe tu presencia en
escena? ¿Qué propone?
Era un contrapeso en cuanto a la
ironía que existe en el libro. El libro es muy irónico. Servir como contrapeso
entre algo muy dramático y muy terrible que estaba ocurriendo con una presencia
completamente fuera, es decir, transmitir un poco lo que yo busco en mis libros:
el llegar a extremos para decir cosas que no se pueden decir de otra manera. Yo
pienso que ya no podemos decir esto a través del realismo mágico ni con la
literatura “social” o “antropológica” o “sociológica”. El recurso que estoy
tratando de desarrollar es algo muy exagerado, tomando distancia para saltar la
valla, para decir las peores cosas del mundo, pero con distancia. Es quitarle
totalmente el dramatismo y la carga emotiva que es un peso, una barrera para
expresar la realidad.
¿Cómo llega a ti la
primera noción del tema a tratar en tu novela?
No hay una norma. Es una imagen,
siempre parto de imágenes. En este caso (Black-Out), se trata de un
personaje, es un ser medio mítico, absurdo, que no tiene ningún elemento
creíble, solo visible hasta cierto punto y que al mismo tiempo tuviese una gran
fuerza. Es muy divertido ver en la pantalla a Christian Vallejo y sentir que a
partir de ella se van generando nuevas imágenes, nuevas situaciones. Yo creo
mucho en el texto generativo.
¿Crees que existe
la crítica, actualmente en el Perú?
No, para nada. y no quiero que se
tome esto como que estoy en contra de algo o alguien; sencillamente es que
pienso que no existe. Lo que sí creo que se está creando es un estamento nuevo,
que es el comentario periodístico. Pienso que hay historiadores literarios y
periodistas que suplen la falta total de crítica.
¿Piensas que existe
un lector ideal?
Claro, yo me puedo plantear un
lector ideal y para el tengo que prepararme. Es por esto que leo mucho y me
documento acerca de todo lo que pasa en el mundo; leo sobre televisión, sobre
cine, sobre plástica. Pienso que debo ser honesto y no presentar productos de
hace veinte años; porque la literatura, pese a que algunos no lo aceptan,
evoluciona.
Me imagino que en
Europa sí se da esta integración de las artes.
Sí, en Europa se da esto y mil cosas
más. Se trabaja con criterios muchos más amplios. Por ejemplo, eso de las
generaciones que aquí tanto se vocea. Eso no existe, es absurdo que exista.
Después de Los
cadáveres valen menos que el estiércol, ¿Cuál es tu proyecto inmediato?
Estoy preparando otra novela.
Publicado en la
revista de Literatura y otras imágenes,
Imaginario del
Arte.
Febrero de 1994.
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