Eduardo Chirinos
I
¿Cómo nació
Cuadernos de Horacio Morell?
Como la mayoría de los primeros
libros, surgió de un estado de asombro ante la belleza y la miseria del mundo.
Por supuesto que ese asombro no termina nunca, pero cuando tienes diecisiete
años es tan perturbador que lo único que puedes hacer es tomar un cuaderno (o
cualquier cosa que tengas a la mano) y empezar el largo camino que registra ese
asombro. Los cuadernos de Morell no nacieron como un proyecto definido, sino
como un hacerse a cada instante: todas las cosas que experimentaba —los años
finales de la adolescencia, el entorno familiar y universitario, las voraces y
desordenadas lecturas— tuvieron cabida en una escritura que no podía ni quería
encontrar su centro. Pronto me di cuenta de que esa falta de centro, sumada la
variedad de registros y a la evidente ausencia de un estilo único, era
precisamente lo que me permitía poner en escena mi sorpresa y mi asombro: de
ese modo la devastadora heterogeneidad del libro terminó convirtiéndose,
paradójicamente, en su homogeneidad. La timidez y el pudor me aconsejaron
construir una máscara para no mostrarme. Creía ingenuamente que esos poemas me
iban a mostrar desnudo ante el mundo, y eso me atemorizaba. No sabía que la
máscara que oculta también revela, pero la de Morell me ayudó a justificar la
diversidad de estilos y la variedad de búsquedas: en vez de solaparlas preferí
evidenciarlas atribuyéndoselas a un poeta suicida.
¿Qué tanto de esa
máscara ha habido en tus obras posteriores?
Como te decía, la máscara también
puede revelar la intimidad y dejarla tan desguarnecida como cualquier desnudez.
En mi caso, el uso de máscaras evidencia una necesidad de revelar las diversas
personas que me habitan: Horacio Morell, el equilibrista de Bayard Street, el
Herrero del Arca son emblemas de mi propia diversión, pero diversión no en el
sentido superficial de “pasarla bien”, sino de hablar en voz alta con las
distintas versiones de mí mismo.
¿Cómo ves los
distintos espacios donde te desplazas?
Los espacios de desplazamiento
preexisten a los desplazamientos mismos. Uno construye su cartografía
particular a partir de poemas, novelas, cuentos, películas, pinturas, etc; así
se forja su propio universo. Cualquiera sabe que experimentar otros países y
otras culturas significa cotejar ambos universos para descubrir que casi nunca
coinciden, que más bien entran en entredicho mostrando sus fisuras y sus
afirmaciones, es decir su validez. Nunca he ido a El Paso, pero cuando vaya lo
cotejaré con el que yo he creado a partir de tus cuentos.
¿De qué manera la
globalización enriquece estas lecturas?
Me gustaría responderte con una
experiencia reciente. Hace poco tuve la oportunidad de participar en el
Festival Cosmopoética de Córdoba y conocer al poeta Mahmud Darwish. Darwish es
considerado el mejor poeta palestino del momento, pero él mismo reconoce que
tiene enemigos que le reprochan que sus últimos poemas no hablen de la
situación palestina. Él, que ha militado en el partido comunista, que ha
sufrido la cárcel por defender la causa palestina, que ha perdido a tantos
familiares y amigos en la guerra. Esto me hizo pensar hasta qué punto el
compromiso militante y regionalista entorpece la capacidad para leer, en poemas
en apariencia intimistas, el carácter universal que reclaman. Recuerdo que
aquella vez leyó un poema que me conmovió mucho. Hablaba de un hombre que
tomaba un café en un bar, ese hombre veía a un hombre que repetía sus gestos:
yo tomo un café, él también toma un café. Yo levanto una mano, él levanta la
otra mano, yo me miro en el espejo, él también se mira en el espejo. Al final,
el poema dice: ese hombre tiene miedo, yo también tengo miedo. Parece un poema
construido para señalar especular y paralelamente los movimientos de un otro en
relación al tuyo. Pero una segunda lectura más cuidadosa (que no niega la
primera) revela una situación de miedo paranoico, de la otredad que se expresa
en los movimientos de una persona que te busca para asesinarte o para ponerte
una bomba. Todos tenemos en nuestro interior a nuestro propio enemigo. Si
tuviera que elegir un poema que exprese los miedos y paranoias sociales del
Perú de los 80 elegiría este poema de Darwish, cuya manera de universalizar es
personalizando. Un poeta no puede escapar de eso.
¿Cómo sentía la
tradición el poeta de este primer libro, libro con el que recientemente te has
reconciliado?
Yo tenía 17 años, era un lector
voraz de la tradición peruana y de todas las que podía acceder. Pero ¿cómo
podía yo a esa edad abrir una ventana en la página negra de la tradición y
decir algo? Esto genera una angustia mayor aún que la de página blanca que es
un mito, prestigioso sí, pero un mito. No existe tal página blanca, sino la
página negra, ennegrecida por todo lo que ya se ha dicho y vuelto a decir de
mil modos. Me di cuenta de que estaba solo en la titánica tarea de abrir un
blanco en esa página y decir aquí estoy, aunque mi herencia fueran fragmentos,
ruinas de un decir que podía ser maravilloso pero ruinas al fin y al cabo. Sólo
me quedaba dar la espalda a esos fragmentos o divertirme con esos materiales.
Preferí construir mi casa con esos materiales y trazar varios caminos posibles,
la mayoría de los cuales he terminado recorriendo. Entre ellos el que más me
seduce es el que retorna a los “grandes temas” como si los experimentara por
primera vez. Pero esta limpieza de mirada sólo es posible si estás “podrido” de
literatura, lo otro es ingenuidad.
¿Qué recomendarías
al joven que empieza, que quiere ser poeta?
Lo único que le recomiendo es que no
le haga caso a nadie, ni a los viejos poetas, ni a Rilke en su Cartas a un
joven poeta, ni por último a mí mismo, porque esa experiencia es
intransferible. Que escriba lo que quiera escribir, que se exprese tan
libremente como pueda. Ni la fama ni el reconocimiento funcionan como estímulo.
Si tienen que llegar llegarán después.
II
Siguiendo la
lectura de sus libros de poesía, el lector va construyendo una suerte de —como
dice en el prólogo de “Amores y Desamores” —
“biografía secreta cuyo argumento (...) se ha extraviado”. El lector es conducido por viajes interiores
y exteriores, reales e imaginarios. Esta no es una pregunta sino una inquietud:
¿será que el poeta no vive solamente una vida? En ese sentido, veo que en su
poesía hay una fuerte capacidad de deslumbramiento ante el mundo, ante la
belleza; pero a su vez, desde su condición de poeta, cierto desencanto por la
vocación poética, que en uno de sus recientes poemas se ve como fatalidad. Hay
una lucha constante (con el lenguaje, entre vida y muerte, etc.), pero que se
justifica tal vez, como dice en Abecedario del agua: la vida se justifica por
un instante de belleza.
Aquí hay varias preguntas, y también
varias observaciones. La primera de ellas es muy significativa, pues mencionas
el prólogo de un libro de circulación muy restringida y que fue como una
botella arrojada al mar. Allí me refería a los poemas de amor y desamor, pero
—como bien lo has notado— la frase puede ser extensiva a todos los poemas:
ellos configuran “una biografía secreta cuyo argumento, por íntimo,
desconcertante o banal, se ha extraviado”. Las palabras “biografía” y “argumento”, que pueden parecer sinónimas, no
lo son si aceptamos que la biografía de un poeta está en sus poemas, y que las
situaciones que los motivaron no difieren de las que afectan a cualquier
persona. No se trata de establecer una jerarquía entre aquellos que escriben
poemas y aquellos que no; se trata de reintegrar a la vida lo que le pertenece
por derecho propio: el deslumbramiento ante el mundo sólo es posible en la
medida en que recuperemos la capacidad de sentirlo, de verlo y de oírlo en todo
su esplendor y en toda su miseria. Un poema nos conmueve porque nos recuerda o
nos devuelve algo. Ese algo puede haber sido escrito por Eurípides, Dante o
Shakespeare, pero también por el poeta joven que acaba de publicar su primer
libro. Allí, en ese sistema de diálogos y devoluciones, es donde encuentro el
valor social del poema.
¿Qué valor tiene la biografía,
entonces? Ninguna si nos atenemos a los laberintos civiles o psicológicos que
determinaron tal o cual poema; mucha si reparamos en ese momento de encuentro
entre el lector y el poema, ese momento privilegiado en que el lector hace suyo
poema y puede continuar más felizmente (o más infelizmente) su vida. Nunca
entendí la separación entre poesía y vida. Creo que hay una trampa implícita en
quienes la formulan: la de considerar a priori que la poesía supone una
actividad tan excluyente y exclusiva que aparta a sus hacedores de las demandas
de la vida social, como si los poemas no se nutrieran continuamente de la vida
social y le dieran sentido. Pero, como toda trampa, ésta ofrece también sus
atractivos y exigencias; de ellas se nutre el lugar común que ve a los poetas
como seres especiales y ajenos al discurrir del mundo. Ese lugar común está muy
extendido y muchos poetas han caído en la trampa; pero eso tal vez no importe
demasiado: hasta los cultores de la mal llamada “poesía social” están
radicalmente solos en el acto creativo; hasta los cultores de la mal llamada
“poesía pura” son solidarios con el acontecer de una historia que podrá ser
leída también a partir de sus poemas.
Yo no entiendo la poesía como una
vocación que se sigue o se rechaza, sino como una fatalidad que puede (y debe)
convivir con cualquier vocación. La historia de la poesía está llena de poetas
médicos, profesores y hasta funcionarios. Sospecho que a la poesía le tiene sin
cuidado cómo se gane uno la vida si esa vida se encuentra signada por la
fatalidad. Ahora bien, esa fatalidad no es necesariamente negativa, tampoco se
la debe entender como un destino señalado por los dioses (¡los románticos
embellecían tan bien sus propias demandas!). Hay un poema de Juan Gonzalo Rose
donde seculariza y dignifica esa vieja creencia: “Yo jugaba la ronda entre
chiquillos, y tus manos, temblando, me eligieron”. Esas manos eran las de la
poesía.
¿Qué si vivimos muchas vidas? No lo
sé. Sólo puedo decirte que si tenemos el coraje de aceptar que aquello que
soñamos modifica nuestra vida como el libro que leemos o la pieza que
escuchamos, entonces vivimos no una, sino muchas vidas.
La presencia de
“retratos literarios”es muy importante. Son muchos: el joven Alí Nur, Orfeo,
Anquises, Narciso, Ofelia, Segismundo, las sirenas, el herrero, etc. Como dice
Pedro Lastra de su poesía “máscara, doble en el espacio poético”. ¿Este
recurso, muy bien aprovechado por cierto, se debe a cierta desconfianza en la
palabra poética que hay en la actualidad?
¿O es porque, como dice en Abecedario del agua, el poeta no logra
parecerse a lo que escribe?
No es la primera vez que un lector
atento desea indagar sobre tema de las máscaras literarias, las cuales,
indudablemente, pueblan mis poemas. Desde ese suplantador suicida que fue
Horacio Morell hasta El Fingidor ellas podrían conformar una suerte de museo
donde cabe una multitud de personajes (no olvidemos que “personaje” viene de personæ, que vale por máscara). Pero
la conformación de ese museo puede ser explicada por muchas razones sin que
ninguna sea válida en sí misma: el deseo de desplegar un universo donde tengan
cabida las expresiones vedadas a un yo vacío y unitario, el deseo natural de
fabular, la conciencia de que somos aquello que fingimos, la necesidad de
encubrir el pudor de un tímido... Siempre me conmovió ese verso en el que
Álvaro de Campos (esa máscara de Pessoa) habla del momento en que decidió
arrancarse la máscara y descubrió —tal vez con alivio, tal vez con horror— que
la tenía pegada al rostro. En ese poema entreví la certeza de que los poemas
borran nuestra cara para, años después, revelarnos otra: la verdadera, la que
hemos construido a través de las palabras.
En sus libros
siempre está presente, dentro de la preocupación por el conocimiento, la
reflexión del trabajo poético, es decir la cuestión de su finalidad, su
búsqueda, y también la cuestión misma de la esencia de la poesía, una reflexión metapoética. Ejemplos: “quiero
terminar aquello que suponía un poema” (de Cuadernos). “Cuando les recitaba
poemas”, “difícil trabajo, poesía”, “debe haber un poema que hablé de ti” (de
Crónicas). O como en “La perdición por la poesía” (de Abecedario). “Se
desmorona la pared en la que antaño se escribieron poemas tan hermosos”, “Todo
poema, por el hecho de serlo, es un acto de amor”, “qué es la poesía sino el
olvido de los nombres (de Abecedario). Esto siempre ha estado presente en sus
textos (y por supuesto en sus ensayos y artículos). Mi pregunta va por el lado
de la experiencia personal de poeta, ¿cómo ve la poesía y su poesía hoy? ¿Si ha
cambiado o evolucionado? ¿ O tal vez no existen rupturas dentro de la poesía?
(Podemos hablar aquí también de los cambios producidos en los ochenta, hasta el
contexto actual) Pongo otras citas aquí también, que me da la certeza de que
existe un diálogo intratextual dentro de su obra: “25 años en la vida de un
hombre /son dos vidas en una de 50” (de El Libro), “Debo aproximarme a una
puerta silenciosa/ y abrirla cuidadosamente/ Cuán inútil la experiencia, los
años revueltos como plumas desgajadas/ de un ave” (de Recuerda)
Tal vez la respuesta esté en la
misma formulación de la pregunta. Tú mismo has advertido esa conciencia de la
escritura poética como un acto de conocimiento. Me sentiría más cómodo si
reemplazáramos la palabra “acto” por “ritual” y la homologáramos al sueño, una
de las puertas más inquietantes del conocimiento. Esa —y no el ejercicio indiscriminado de la
escritura automática— es la mejor lección que nos han dejado los surrealistas.
¿Qué si la poesía que he escrito ha
cambiado o evolucionado? Sospecho que no mucho. Y no porque no crea que mis
últimos poemas sean “más maduros” que los primeros, sino porque todos ellos me
han acompañado siempre, porque forman parte de una búsqueda que tal vez
coincida en algún punto con la de mis compañeros de generación. Sospecho que
con el tiempo, las diferencias de tono y de lenguaje que diferencian cada uno
de mis libros van a resolverse en un solo poema que todavía no termino de
escribir. Es natural, entonces, que con el tiempo los poemas establezcan ese
diálogo que observas.
La memoria es el
lugar privilegiado de la poesía; hay muchos ejemplos que citar: “Recuerda amada
cuando te cantaba” (de Archivo), o cuando recuerda a Teresa, o en otros versos
como: “Páginas antiguas se han grabado con hierro en la memoria”, “Recuerdo un
río triste” (de El Equilibrista), “Recuerdo el atardecer en un parque de Lima./
No lo olvidaré nunca”. Encuentro dos tipos de memoria en su poesía, una
biográfica y otra que proviene de la tradición poética, de la historia, de los
mitos. Esta división se relaciona un poco con la primera pregunta tal vez. Pero
la pregunta aquí es: ¿puede existir memoria sin palabra, y viceversa?
La memoria nunca es el recuerdo de
lo que efectivamente ocurrió, sino las palabras con que lo ocurrido retorna, a
veces obsesivamente, a nuestra conciencia. Y la conciencia no distingue los
hechos fácticos de los leídos y soñados. ¿Me creerías si te digo que conservo
fresca la memoria del colérico y ciego Polifemo palpando entre sus ovejas al
astuto Ulises?
Si me permite citar
versos que hablan del silencio: “El antiguo silencio que aún me habla entre las
ondas” (de Recuerda), “Era el silencio que me enseñaba sus metáforas,/ su
laborioso lenguaje deshaciéndose una vez más sobre las piedras” (de El
Equilibrista). Y también los versos que hablan del mar: “deseo para ti el
sencillo equilibrio del mar, su profundidad y su silencio, su inmensidad y su
belleza” (de Crónicas), “¿Alguna vez has visto el mar? Nada más risible que su
tosca mecánica/ su insensata fábrica de signos que nadie comprende, que a nadie
le interesa comprender” (de Recuerda), “Escuchar el mar es escuchar un
antiquísimo lenguaje” (de Recuerda), “la inteligencia naufraga en las olas de
un mar deshabitado/ alfabeto de brumas que nadie reconoce”, “Dicen que el río
es la vida y el mar la muerte” (de El Equilibrista). Quisiera que me hablara
del silencio y del elemento agua (que se presenta en su poesía de diversas
formas), y la relación de cada uno con el lenguaje, con la palabra, del cual
también quisiera citar unos ejemplos: “en cada palabra una cadena que aprisiona
la carne” (de Rituales), “la palabra que arda para siempre en tu corazón” (de
El Libro), “nunca me dirigiste la palabra” (de Abecedario), “Pero estoy aquí,
escribiendo este poema, midiendo sus palabras” (de Abecedario). No hay memoria
ni deseo sin palabra.
Tu pregunta me hace ver con claridad
la relación entre silencio y agua que no había advertido. Te agradezco que me
hayas hecho consciente de esa ignorancia, la misma que me perturbaba esta tarde
cuando leía a Claudio Rodríguez (me encanta la poesía de Claudio Rodríguez) y
me topé con esta declaración de Santa Teresa: “Me paso mucho tiempo / mucho
tiempo, contemplando cómo es el agua”. Cuando leí estas palabras pensé que si
toda contemplación es también una lectura, el agua debe ser como un libro
abierto. Un abecedario corriente y movedizo donde los signos revelan la música
de un silencio mayor. El silencio verbal al que aspira la poesía.
El amor también es
muy importante, y está relacionado también con el oficio de la poesía, o el ser
mismo de la poesía. No hay poetas en las últimas décadas que escriban tan
buenos poemas de amor. Aunque me caiga en un cliché por esta pregunta tipo
colegiala, quisiera saber ¿Cómo define el amor, o los tipos de amor? ¿Y cómo
explicaría estas palabras: “Un amor que se pierde es un anhelo encontrado” (de Recuerda)?
Si bien refleja el despecho de quien
se siente abandonado y se consuela por la poesía (consuelo inútil, pero
consuelo al fin y al cabo), el verso que mencionas alude a la liberación del
amor que da lugar a algo infinitamente más alto y con frecuencia menos
doloroso: el deseo de amor que se mantiene en deseo. Tu pregunta hace bien en
vincular el amor con la poesía, pues es precisamente ese vínculo lo que me
permite definir provisionalmente la poesía como el deseo de palabra que se
mantiene en deseo. Y al poeta como un eterno deseante. De amor y de palabras.
De su poesía se ha
hablado que hay una “invención de una oralidad”; de la importancia del ludismo,
la glosa, los heterónimos, la multiciplicidad de matices, el intertexto; de la
reinvención del mito, del tiempo histórico; de un “lenguaje de
deslumbramiento”, un “rigor clásico”, un gran aliento creador, un control del
lenguaje. Hago referencia a todos estos caracteres, porque si bien en su poesía
hay una variedad de lenguajes, discursos, polifonías, también es cierto que hay
una voz personal que se reconoce. La pregunta va relacionada con lo que dice en
una parte de El Fingidor: “ya que la experiencia del exilio invita forzosamente
a la hibridación creativa de lengua”. ¿Esto también se relaciona a su forma de
mirar el mundo? (esta es otra pregunta).
Si esas cosas se han dicho, entonces
deben estar bien. No me corresponde impugnar ni aprobar. Ahora bien, esa frase
que mencionas proviene de un ensayo dedicado a los poemas sefarditas de Juan
Gelman, pero bien pueden tener un alcance que trascienda el aspecto
lingüístico: el exilio es una experiencia que, en mayor o menor medida, nos afecta
a todos, incluso a aquellos que no hemos sido expulsados por motivos políticos.
A veces me pregunto si la famosa “invención de la oralidad” no es sino una
hibridación del lenguaje que aprendimos en la calle con el que suponemos
poético. Insertar un coloquialismo en un poema es darle una escenografía que
nos permitirá escucharlo como por primera vez; es también exiliarlo de su lugar
natural para revestirlo de significados insospechados y naturalizarlo en
nuestra memoria, es decir, convertirlo en “literatura”. Incluso un poeta como
Nicanor Parra, que reivindica el lenguaje de la calle y denosta con furia al
pobre lenguaje literario, no es más que un Midas (un maravilloso Midas, hay que
admitirlo) que convierte en literatura todo lo que toca. Pero conviene recordar
que lo contrario no es posible: nadie —salvo los políticos más demagógicos y
los enamorados con buena memoria— incluye en su discurso palabras de ningún
poeta.
¿En estos tiempos
de desencanto, de incertidumbre, la poesía puede plantear alguna alternativa?
Pregunto esto porque hay en su poesía ,de forma irónica, un cuestionamiento a
la poesía grandilocuente. Cito: “De nada sirve la elocuencia, las palabras/ que
antaño adormecieran leones, los poemas que cantaran la belleza y la bondad de
las mujeres”, “¿de qué sirven el heroísmo, la grandeza, el entusiasmo? (...)
inútil prodigio” (de El Equilibrista)
¿Qué si la poesía puede plantear
alguna alternativa? Yo creo que no. Y no lo digo por desengaño ni por
escepticismo, sino porque a la poesía no le corresponde ofrecer respuestas ni
plantear alternativas, sino hacer preguntas y proponer retos. Además, todas las
épocas son épocas de desencanto e incertidumbre; lo que ocurre es que somos más
sensibles a la nuestra porque somos sus víctimas. Pero, claro, los problemas de
nuestra época no exigen una respuesta “heroica” ni grandilocuente: las
transnacionales, los traficantes de armas, los poderes del estado y la moral de
la competencia tienen los oídos higienizados contra la poesía. Sospecho que
hasta les agrada que ella los ataque (mejor si en voz muy alta), pues de ese
modo se legitiman en el imaginario social. Es una ley de mercado: para ellos no
nada hay peor que ironía o la indiferencia.
Encuentro en su
poesía citas, homenajes a poetas y artistas en general. Poema a Salinas, “Junto
a la tumba de Salinas”, o el homenaje, como le dijo Gonzalo Rojas, “inequívoco”
a Neruda: “repitiendo/ versos de Neruda que nunca me gustaron”, también los
homenajes en Breve historia de la música (2001) (en el que además dice “La
música elude las trampas del concepto y del símbolo, y accede a un estado de pureza”). Relacionada a esta
cuestión mi inquietud es diversa, desde el asunto de si cada poeta construye su
tradición, o también si es que alguna vez tuvo una actitud parricida (digo esto
también porque en su promoción poética hubo poetas que sí la tuvieron en la
década del ochenta), también me interesaría saber qué lecturas en la actualidad
le interesan.
A diferencia de inglés —cuya palabra
quote alude al acto específico de incorporar en el discurso las palabras de
otro—, en español tenemos la palabra cita que, además, significa punto de
encuentro entre dos voluntades. No puede haber cita si el otro decide no
asistir. Eso es lo que uno espera en un poema: la aparición del otro para
entablar un diálogo cuya escenografía la construirán los lectores. Todo esto me
ayuda a explicar por qué entiendo el poema no como el punto de llegada de una
tradición autoritaria e intimidante, sino, más bien, como su punto de partida.
Es siempre ha sido muy estimulante para mí, por eso nunca entendí a los
parricidas. ¿A quién hay que matar para seguir viviendo?
¿Qué lecturas me interesan? Debo
confesar que soy muy errático y desordenado en mis lecturas. También un
hedonista: leo únicamente aquello que avive mi seso y lo despierte, sea o no lo
que convencionalmente llamamos “poesía”. En los últimos meses, por ejemplo, he
estado leyendo a Slavoj Zizek, un tipo al que no estoy seguro de entender del
todo sin que eso signifique un estorbo al placer de su lectura; lo mismo podría
podría decir de Giorgio Agamben, cuyas Estancias recomiendo vivamente. Y,
claro, literatura. Tardíamente (como siempre me ocurre) he descubierto a Ives
Bonnefoy y a António Ramos Rosa, a quien fui a visitar el año pasado en Lisboa.
Y poetas jóvenes. Siempre es grato leer poetas jóvenes.
Hay en sus últimos
libros una fuerte carga melancólica (“que no puedo volver, aunque quisiera” en
Escrito en Missoula), una melancolía con menos ironía que su poesía anterior
(que utilizaba la historia, los mitos, los personajes, tal vez para no
evidenciar esa sensibilidad tan íntima); encuentro mucha nostalgia. También
encuentro en estos poemas recientes un presente real, donde la contemplación va
captando el acontecer humano, cotidiano, en los diversos lugares que recorre el
poeta, en especial de los Estados Unidos. Así como en su primer libro hay un
poema como Beatus Ille (de Cuadernos, espero no equivocarme en la referencia),
que cuenta o narra lo que ocurre en un lugar cercano, en ese caso el Rímac, con
las vacas sacrificadas; así podemos encontrarnos con hechos que pasan en los
Estados Unidos, desde su libro El Equilibrista (como en los poemas
“Thanksgiving”, “Los mapaches de Johnson Park”, etc.) Se describen hechos
actuales, costumbres, con una voz más descarnada, con un aire de desolación del
poeta. ¿De qué manera su vida en Estados Unidos ha influenciado en su poesía,
si es que ocurre así? Digo esto pues hay una diferencia grande con Europa
(usted radicó en España un tiempo y conoce muchos países), con Perú ni decir. Y
apunto más a la poesía que se hace allá (y su tradición realista, testimonial)
y por otro lado al tipo de vida, su materialismo, su sentido práctico de las
cosas, etc. (en este etc. también lo del 11 de set., Michael Moore.)
Otra pregunta con varias preguntas y
observaciones. Esa melancolía que observas es cierta y no me corresponde
discutirla. Sólo puedo recordar y estar de acuerdo con Gide, quien definió la
melancolía como “fervor caído”, de allí esa sensación de nostalgia que
percibes. Y recordar que la historia, los mitos y los personajes —aunque de
manera menos obvia— están allí, aunque con otros nombres y otros ropajes: el
mito americano, la historia mínima y los personajes que la conforman y fabulan,
comenzando por el Equilibrista de Bayard Street, un personaje admirable e
irrisorio al mismo tiempo.
¿Qué si la estadía en los Estados
Unidos ha influido en mi poesía (¿por qué cada vez que uso el posesivo tengo
que apretar los dientes?…). Sí, en la medida en que este país se ha convertido
en el escenario donde escribo. Pero se trata de un escenario muy vasto, cuya
cartografía la he diseñado conforme volvía a leer a sus poetas: releer a
William Carlos Williams luego de haber visitado Paterson (la ciudad
norteamericana con mayor presencia de peruanos), a Eliot luego de haber pisado
su calle de St. Louis, o a Ginsberg luego de haber recorrido las estanterías de
City Ligths son experiencias que permiten mayores posibilidades de encuentro,
como el que me ocurrió aquí en Missoula con Mark Strand cuando me hallaba en el
proceso de traducción de sus poemas.
A propósito de la
reciente exposición de poetas y pintores en La Galería titulada Cuando Cruzan
El Camino, en el que expone el texto Poema de amor con rostro oscuro (por
cierto allí están presentes elementos que están dentro de su obra dialogando
mutuamente a lo largo de su trayectoria: cuadernos, vaso de agua, la lengua, la
noche, los peces muertos), ¿cómo es su relación con la pintura, con las artes
plásticas?, ya que vemos su trabajo en este arte en el collage de Archivo de
Huellas Digitales, o en el dibujo de la portada del Equilibrista. En el
cuaderno que presenta en su instalación cuenta su visita al taller de Tokeshi,
cuando sintió nostalgia “del artista que nunca fui, que nunca seré”. La
pregunta también se puede extender hacia otras artes como la música (a
propósito también de Breve historia de la música)
-Mi interés y mi pasión por las
artes es inversamente proporcional a mis capacidad para ejercerlas. Es verdad
que siempre me gustó dibujar, pero no paso de ser un amateur a quien le
divierte hacer monigotes cuando se aburre. Tal vez me faltó constancia y
disciplina para educar el trazo, pero a estas alturas puedo sentirme contento
de disfrutar dibujando y de, por lo menos, tener la autoría de una de mis
portadas. El collage al que aludes lo hice bajo la mirada atenta de mi amigo,
el pintor y grabador Miguel Von Loebenstein, quien ilustró bellamente ese
libro. La experiencia de Cuando cruzan el camino se la debo a la visión y a la
constancia de Alicia Cabieses. De allí saldrá el “Poema de amor con rostro
oscuro”, que estoy trabajando en estos momentos. No creo que salgan más
pizarras con muñecas amarradas.
¿Y la música? Allí la cosa es
todavía más grave. Mi amor por la música ha sido siempre correspondido por la
felicidad de quien la disfruta; pero, tal vez debido a mis pobres oídos, estoy
absolutamente negado para crearla. Claro, algún alma caritativa me consolará
recordándome que hay música en la poesía, a lo que puedo responder que también
hay música en el amor, en las matemáticas y en la danza. Pero crear música, lo
que se llama música, será siempre una nostalgia para mí.
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