miércoles, 18 de septiembre de 2019

Eduardo Chirinos

Eduardo Chirinos

I

¿Cómo nació Cuadernos de Horacio Morell?

Como la mayoría de los primeros libros, surgió de un estado de asombro ante la belleza y la miseria del mundo. Por supuesto que ese asombro no termina nunca, pero cuando tienes diecisiete años es tan perturbador que lo único que puedes hacer es tomar un cuaderno (o cualquier cosa que tengas a la mano) y empezar el largo camino que registra ese asombro. Los cuadernos de Morell no nacieron como un proyecto definido, sino como un hacerse a cada instante: todas las cosas que experimentaba —los años finales de la adolescencia, el entorno familiar y universitario, las voraces y desordenadas lecturas— tuvieron cabida en una escritura que no podía ni quería encontrar su centro. Pronto me di cuenta de que esa falta de centro, sumada la variedad de registros y a la evidente ausencia de un estilo único, era precisamente lo que me permitía poner en escena mi sorpresa y mi asombro: de ese modo la devastadora heterogeneidad del libro terminó convirtiéndose, paradójicamente, en su homogeneidad. La timidez y el pudor me aconsejaron construir una máscara para no mostrarme. Creía ingenuamente que esos poemas me iban a mostrar desnudo ante el mundo, y eso me atemorizaba. No sabía que la máscara que oculta también revela, pero la de Morell me ayudó a justificar la diversidad de estilos y la variedad de búsquedas: en vez de solaparlas preferí evidenciarlas atribuyéndoselas a un poeta suicida.

¿Qué tanto de esa máscara ha habido en tus obras posteriores?

Como te decía, la máscara también puede revelar la intimidad y dejarla tan desguarnecida como cualquier desnudez. En mi caso, el uso de máscaras evidencia una necesidad de revelar las diversas personas que me habitan: Horacio Morell, el equilibrista de Bayard Street, el Herrero del Arca son emblemas de mi propia diversión, pero diversión no en el sentido superficial de “pasarla bien”, sino de hablar en voz alta con las distintas versiones de mí mismo.

¿Cómo ves los distintos espacios donde te desplazas?

Los espacios de desplazamiento preexisten a los desplazamientos mismos. Uno construye su cartografía particular a partir de poemas, novelas, cuentos, películas, pinturas, etc; así se forja su propio universo. Cualquiera sabe que experimentar otros países y otras culturas significa cotejar ambos universos para descubrir que casi nunca coinciden, que más bien entran en entredicho mostrando sus fisuras y sus afirmaciones, es decir su validez. Nunca he ido a El Paso, pero cuando vaya lo cotejaré con el que yo he creado a partir de tus cuentos.

¿De qué manera la globalización enriquece estas lecturas?

Me gustaría responderte con una experiencia reciente. Hace poco tuve la oportunidad de participar en el Festival Cosmopoética de Córdoba y conocer al poeta Mahmud Darwish. Darwish es considerado el mejor poeta palestino del momento, pero él mismo reconoce que tiene enemigos que le reprochan que sus últimos poemas no hablen de la situación palestina. Él, que ha militado en el partido comunista, que ha sufrido la cárcel por defender la causa palestina, que ha perdido a tantos familiares y amigos en la guerra. Esto me hizo pensar hasta qué punto el compromiso militante y regionalista entorpece la capacidad para leer, en poemas en apariencia intimistas, el carácter universal que reclaman. Recuerdo que aquella vez leyó un poema que me conmovió mucho. Hablaba de un hombre que tomaba un café en un bar, ese hombre veía a un hombre que repetía sus gestos: yo tomo un café, él también toma un café. Yo levanto una mano, él levanta la otra mano, yo me miro en el espejo, él también se mira en el espejo. Al final, el poema dice: ese hombre tiene miedo, yo también tengo miedo. Parece un poema construido para señalar especular y paralelamente los movimientos de un otro en relación al tuyo. Pero una segunda lectura más cuidadosa (que no niega la primera) revela una situación de miedo paranoico, de la otredad que se expresa en los movimientos de una persona que te busca para asesinarte o para ponerte una bomba. Todos tenemos en nuestro interior a nuestro propio enemigo. Si tuviera que elegir un poema que exprese los miedos y paranoias sociales del Perú de los 80 elegiría este poema de Darwish, cuya manera de universalizar es personalizando. Un poeta no puede escapar de eso.

¿Cómo sentía la tradición el poeta de este primer libro, libro con el que recientemente te has reconciliado?

Yo tenía 17 años, era un lector voraz de la tradición peruana y de todas las que podía acceder. Pero ¿cómo podía yo a esa edad abrir una ventana en la página negra de la tradición y decir algo? Esto genera una angustia mayor aún que la de página blanca que es un mito, prestigioso sí, pero un mito. No existe tal página blanca, sino la página negra, ennegrecida por todo lo que ya se ha dicho y vuelto a decir de mil modos. Me di cuenta de que estaba solo en la titánica tarea de abrir un blanco en esa página y decir aquí estoy, aunque mi herencia fueran fragmentos, ruinas de un decir que podía ser maravilloso pero ruinas al fin y al cabo. Sólo me quedaba dar la espalda a esos fragmentos o divertirme con esos materiales. Preferí construir mi casa con esos materiales y trazar varios caminos posibles, la mayoría de los cuales he terminado recorriendo. Entre ellos el que más me seduce es el que retorna a los “grandes temas” como si los experimentara por primera vez. Pero esta limpieza de mirada sólo es posible si estás “podrido” de literatura, lo otro es ingenuidad.

¿Qué recomendarías al joven que empieza, que quiere ser poeta?

Lo único que le recomiendo es que no le haga caso a nadie, ni a los viejos poetas, ni a Rilke en su Cartas a un joven poeta, ni por último a mí mismo, porque esa experiencia es intransferible. Que escriba lo que quiera escribir, que se exprese tan libremente como pueda. Ni la fama ni el reconocimiento funcionan como estímulo. Si tienen que llegar llegarán después.


II

Siguiendo la lectura de sus libros de poesía, el lector va construyendo una suerte de —como dice en el prólogo de “Amores y Desamores” —  “biografía secreta cuyo argumento (...) se ha extraviado”.  El lector es conducido por viajes interiores y exteriores, reales e imaginarios. Esta no es una pregunta sino una inquietud: ¿será que el poeta no vive solamente una vida? En ese sentido, veo que en su poesía hay una fuerte capacidad de deslumbramiento ante el mundo, ante la belleza; pero a su vez, desde su condición de poeta, cierto desencanto por la vocación poética, que en uno de sus recientes poemas se ve como fatalidad. Hay una lucha constante (con el lenguaje, entre vida y muerte, etc.), pero que se justifica tal vez, como dice en Abecedario del agua: la vida se justifica por un instante de belleza.

Aquí hay varias preguntas, y también varias observaciones. La primera de ellas es muy significativa, pues mencionas el prólogo de un libro de circulación muy restringida y que fue como una botella arrojada al mar. Allí me refería a los poemas de amor y desamor, pero —como bien lo has notado— la frase puede ser extensiva a todos los poemas: ellos configuran “una biografía secreta cuyo argumento, por íntimo, desconcertante o banal, se ha extraviado”. Las palabras “biografía” y  “argumento”, que pueden parecer sinónimas, no lo son si aceptamos que la biografía de un poeta está en sus poemas, y que las situaciones que los motivaron no difieren de las que afectan a cualquier persona. No se trata de establecer una jerarquía entre aquellos que escriben poemas y aquellos que no; se trata de reintegrar a la vida lo que le pertenece por derecho propio: el deslumbramiento ante el mundo sólo es posible en la medida en que recuperemos la capacidad de sentirlo, de verlo y de oírlo en todo su esplendor y en toda su miseria. Un poema nos conmueve porque nos recuerda o nos devuelve algo. Ese algo puede haber sido escrito por Eurípides, Dante o Shakespeare, pero también por el poeta joven que acaba de publicar su primer libro. Allí, en ese sistema de diálogos y devoluciones, es donde encuentro el valor social del poema.

¿Qué valor tiene la biografía, entonces? Ninguna si nos atenemos a los laberintos civiles o psicológicos que determinaron tal o cual poema; mucha si reparamos en ese momento de encuentro entre el lector y el poema, ese momento privilegiado en que el lector hace suyo poema y puede continuar más felizmente (o más infelizmente) su vida. Nunca entendí la separación entre poesía y vida. Creo que hay una trampa implícita en quienes la formulan: la de considerar a priori que la poesía supone una actividad tan excluyente y exclusiva que aparta a sus hacedores de las demandas de la vida social, como si los poemas no se nutrieran continuamente de la vida social y le dieran sentido. Pero, como toda trampa, ésta ofrece también sus atractivos y exigencias; de ellas se nutre el lugar común que ve a los poetas como seres especiales y ajenos al discurrir del mundo. Ese lugar común está muy extendido y muchos poetas han caído en la trampa; pero eso tal vez no importe demasiado: hasta los cultores de la mal llamada “poesía social” están radicalmente solos en el acto creativo; hasta los cultores de la mal llamada “poesía pura” son solidarios con el acontecer de una historia que podrá ser leída también a partir de sus poemas.

Yo no entiendo la poesía como una vocación que se sigue o se rechaza, sino como una fatalidad que puede (y debe) convivir con cualquier vocación. La historia de la poesía está llena de poetas médicos, profesores y hasta funcionarios. Sospecho que a la poesía le tiene sin cuidado cómo se gane uno la vida si esa vida se encuentra signada por la fatalidad. Ahora bien, esa fatalidad no es necesariamente negativa, tampoco se la debe entender como un destino señalado por los dioses (¡los románticos embellecían tan bien sus propias demandas!). Hay un poema de Juan Gonzalo Rose donde seculariza y dignifica esa vieja creencia: “Yo jugaba la ronda entre chiquillos, y tus manos, temblando, me eligieron”. Esas manos eran las de la poesía.

¿Qué si vivimos muchas vidas? No lo sé. Sólo puedo decirte que si tenemos el coraje de aceptar que aquello que soñamos modifica nuestra vida como el libro que leemos o la pieza que escuchamos, entonces vivimos no una, sino muchas vidas.

La presencia de “retratos literarios”es muy importante. Son muchos: el joven Alí Nur, Orfeo, Anquises, Narciso, Ofelia, Segismundo, las sirenas, el herrero, etc. Como dice Pedro Lastra de su poesía “máscara, doble en el espacio poético”. ¿Este recurso, muy bien aprovechado por cierto, se debe a cierta desconfianza en la palabra poética que hay en la actualidad?  ¿O es porque, como dice en Abecedario del agua, el poeta no logra parecerse a lo que escribe?

No es la primera vez que un lector atento desea indagar sobre tema de las máscaras literarias, las cuales, indudablemente, pueblan mis poemas. Desde ese suplantador suicida que fue Horacio Morell hasta El Fingidor ellas podrían conformar una suerte de museo donde cabe una multitud de personajes (no olvidemos que “personaje”  viene de personæ, que vale por máscara). Pero la conformación de ese museo puede ser explicada por muchas razones sin que ninguna sea válida en sí misma: el deseo de desplegar un universo donde tengan cabida las expresiones vedadas a un yo vacío y unitario, el deseo natural de fabular, la conciencia de que somos aquello que fingimos, la necesidad de encubrir el pudor de un tímido... Siempre me conmovió ese verso en el que Álvaro de Campos (esa máscara de Pessoa) habla del momento en que decidió arrancarse la máscara y descubrió —tal vez con alivio, tal vez con horror— que la tenía pegada al rostro. En ese poema entreví la certeza de que los poemas borran nuestra cara para, años después, revelarnos otra: la verdadera, la que hemos construido a través de las palabras.

En sus libros siempre está presente, dentro de la preocupación por el conocimiento, la reflexión del trabajo poético, es decir la cuestión de su finalidad, su búsqueda, y también la cuestión misma de la esencia de la poesía, una  reflexión metapoética. Ejemplos: “quiero terminar aquello que suponía un poema” (de Cuadernos). “Cuando les recitaba poemas”, “difícil trabajo, poesía”, “debe haber un poema que hablé de ti” (de Crónicas). O como en “La perdición por la poesía” (de Abecedario). “Se desmorona la pared en la que antaño se escribieron poemas tan hermosos”, “Todo poema, por el hecho de serlo, es un acto de amor”, “qué es la poesía sino el olvido de los nombres (de Abecedario). Esto siempre ha estado presente en sus textos (y por supuesto en sus ensayos y artículos). Mi pregunta va por el lado de la experiencia personal de poeta, ¿cómo ve la poesía y su poesía hoy? ¿Si ha cambiado o evolucionado? ¿ O tal vez no existen rupturas dentro de la poesía? (Podemos hablar aquí también de los cambios producidos en los ochenta, hasta el contexto actual) Pongo otras citas aquí también, que me da la certeza de que existe un diálogo intratextual dentro de su obra: “25 años en la vida de un hombre /son dos vidas en una de 50” (de El Libro), “Debo aproximarme a una puerta silenciosa/ y abrirla cuidadosamente/ Cuán inútil la experiencia, los años revueltos como plumas desgajadas/ de un ave” (de Recuerda)

Tal vez la respuesta esté en la misma formulación de la pregunta. Tú mismo has advertido esa conciencia de la escritura poética como un acto de conocimiento. Me sentiría más cómodo si reemplazáramos la palabra “acto” por “ritual” y la homologáramos al sueño, una de las puertas más inquietantes del conocimiento. Esa  —y no el ejercicio indiscriminado de la escritura automática— es la mejor lección que nos han dejado los surrealistas.

¿Qué si la poesía que he escrito ha cambiado o evolucionado? Sospecho que no mucho. Y no porque no crea que mis últimos poemas sean “más maduros” que los primeros, sino porque todos ellos me han acompañado siempre, porque forman parte de una búsqueda que tal vez coincida en algún punto con la de mis compañeros de generación. Sospecho que con el tiempo, las diferencias de tono y de lenguaje que diferencian cada uno de mis libros van a resolverse en un solo poema que todavía no termino de escribir. Es natural, entonces, que con el tiempo los poemas establezcan ese diálogo que observas.

La memoria es el lugar privilegiado de la poesía; hay muchos ejemplos que citar: “Recuerda amada cuando te cantaba” (de Archivo), o cuando recuerda a Teresa, o en otros versos como: “Páginas antiguas se han grabado con hierro en la memoria”, “Recuerdo un río triste” (de El Equilibrista), “Recuerdo el atardecer en un parque de Lima./ No lo olvidaré nunca”. Encuentro dos tipos de memoria en su poesía, una biográfica y otra que proviene de la tradición poética, de la historia, de los mitos. Esta división se relaciona un poco con la primera pregunta tal vez. Pero la pregunta aquí es: ¿puede existir memoria sin palabra, y viceversa?

La memoria nunca es el recuerdo de lo que efectivamente ocurrió, sino las palabras con que lo ocurrido retorna, a veces obsesivamente, a nuestra conciencia. Y la conciencia no distingue los hechos fácticos de los leídos y soñados. ¿Me creerías si te digo que conservo fresca la memoria del colérico y ciego Polifemo palpando entre sus ovejas al astuto Ulises?

Si me permite citar versos que hablan del silencio: “El antiguo silencio que aún me habla entre las ondas” (de Recuerda), “Era el silencio que me enseñaba sus metáforas,/ su laborioso lenguaje deshaciéndose una vez más sobre las piedras” (de El Equilibrista). Y también los versos que hablan del mar: “deseo para ti el sencillo equilibrio del mar, su profundidad y su silencio, su inmensidad y su belleza” (de Crónicas), “¿Alguna vez has visto el mar? Nada más risible que su tosca mecánica/ su insensata fábrica de signos que nadie comprende, que a nadie le interesa comprender” (de Recuerda), “Escuchar el mar es escuchar un antiquísimo lenguaje” (de Recuerda), “la inteligencia naufraga en las olas de un mar deshabitado/ alfabeto de brumas que nadie reconoce”, “Dicen que el río es la vida y el mar la muerte” (de El Equilibrista). Quisiera que me hablara del silencio y del elemento agua (que se presenta en su poesía de diversas formas), y la relación de cada uno con el lenguaje, con la palabra, del cual también quisiera citar unos ejemplos: “en cada palabra una cadena que aprisiona la carne” (de Rituales), “la palabra que arda para siempre en tu corazón” (de El Libro), “nunca me dirigiste la palabra” (de Abecedario), “Pero estoy aquí, escribiendo este poema, midiendo sus palabras” (de Abecedario). No hay memoria ni deseo sin palabra.

Tu pregunta me hace ver con claridad la relación entre silencio y agua que no había advertido. Te agradezco que me hayas hecho consciente de esa ignorancia, la misma que me perturbaba esta tarde cuando leía a Claudio Rodríguez (me encanta la poesía de Claudio Rodríguez) y me topé con esta declaración de Santa Teresa: “Me paso mucho tiempo / mucho tiempo, contemplando cómo es el agua”. Cuando leí estas palabras pensé que si toda contemplación es también una lectura, el agua debe ser como un libro abierto. Un abecedario corriente y movedizo donde los signos revelan la música de un silencio mayor. El silencio verbal al que aspira la poesía.

El amor también es muy importante, y está relacionado también con el oficio de la poesía, o el ser mismo de la poesía. No hay poetas en las últimas décadas que escriban tan buenos poemas de amor. Aunque me caiga en un cliché por esta pregunta tipo colegiala, quisiera saber ¿Cómo define el amor, o los tipos de amor? ¿Y cómo explicaría estas palabras: “Un amor que se pierde es un  anhelo encontrado” (de Recuerda)?

Si bien refleja el despecho de quien se siente abandonado y se consuela por la poesía (consuelo inútil, pero consuelo al fin y al cabo), el verso que mencionas alude a la liberación del amor que da lugar a algo infinitamente más alto y con frecuencia menos doloroso: el deseo de amor que se mantiene en deseo. Tu pregunta hace bien en vincular el amor con la poesía, pues es precisamente ese vínculo lo que me permite definir provisionalmente la poesía como el deseo de palabra que se mantiene en deseo. Y al poeta como un eterno deseante. De amor y de palabras.

De su poesía se ha hablado que hay una “invención de una oralidad”; de la importancia del ludismo, la glosa, los heterónimos, la multiciplicidad de matices, el intertexto; de la reinvención del mito, del tiempo histórico; de un “lenguaje de deslumbramiento”, un “rigor clásico”, un gran aliento creador, un control del lenguaje. Hago referencia a todos estos caracteres, porque si bien en su poesía hay una variedad de lenguajes, discursos, polifonías, también es cierto que hay una voz personal que se reconoce. La pregunta va relacionada con lo que dice en una parte de El Fingidor: “ya que la experiencia del exilio invita forzosamente a la hibridación creativa de lengua”. ¿Esto también se relaciona a su forma de mirar el mundo? (esta es otra pregunta).

Si esas cosas se han dicho, entonces deben estar bien. No me corresponde impugnar ni aprobar. Ahora bien, esa frase que mencionas proviene de un ensayo dedicado a los poemas sefarditas de Juan Gelman, pero bien pueden tener un alcance que trascienda el aspecto lingüístico: el exilio es una experiencia que, en mayor o menor medida, nos afecta a todos, incluso a aquellos que no hemos sido expulsados por motivos políticos. A veces me pregunto si la famosa “invención de la oralidad” no es sino una hibridación del lenguaje que aprendimos en la calle con el que suponemos poético. Insertar un coloquialismo en un poema es darle una escenografía que nos permitirá escucharlo como por primera vez; es también exiliarlo de su lugar natural para revestirlo de significados insospechados y naturalizarlo en nuestra memoria, es decir, convertirlo en “literatura”. Incluso un poeta como Nicanor Parra, que reivindica el lenguaje de la calle y denosta con furia al pobre lenguaje literario, no es más que un Midas (un maravilloso Midas, hay que admitirlo) que convierte en literatura todo lo que toca. Pero conviene recordar que lo contrario no es posible: nadie —salvo los políticos más demagógicos y los enamorados con buena memoria— incluye en su discurso palabras de ningún poeta.

¿En estos tiempos de desencanto, de incertidumbre, la poesía puede plantear alguna alternativa? Pregunto esto porque hay en su poesía ,de forma irónica, un cuestionamiento a la poesía grandilocuente. Cito: “De nada sirve la elocuencia, las palabras/ que antaño adormecieran leones, los poemas que cantaran la belleza y la bondad de las mujeres”, “¿de qué sirven el heroísmo, la grandeza, el entusiasmo? (...) inútil prodigio” (de El Equilibrista)

¿Qué si la poesía puede plantear alguna alternativa? Yo creo que no. Y no lo digo por desengaño ni por escepticismo, sino porque a la poesía no le corresponde ofrecer respuestas ni plantear alternativas, sino hacer preguntas y proponer retos. Además, todas las épocas son épocas de desencanto e incertidumbre; lo que ocurre es que somos más sensibles a la nuestra porque somos sus víctimas. Pero, claro, los problemas de nuestra época no exigen una respuesta “heroica” ni grandilocuente: las transnacionales, los traficantes de armas, los poderes del estado y la moral de la competencia tienen los oídos higienizados contra la poesía. Sospecho que hasta les agrada que ella los ataque (mejor si en voz muy alta), pues de ese modo se legitiman en el imaginario social. Es una ley de mercado: para ellos no nada hay peor que ironía o la indiferencia.

Encuentro en su poesía citas, homenajes a poetas y artistas en general. Poema a Salinas, “Junto a la tumba de Salinas”, o el homenaje, como le dijo Gonzalo Rojas, “inequívoco” a Neruda: “repitiendo/ versos de Neruda que nunca me gustaron”, también los homenajes en Breve historia de la música (2001) (en el que además dice “La música elude las trampas del concepto y del símbolo, y accede a un  estado de pureza”). Relacionada a esta cuestión mi inquietud es diversa, desde el asunto de si cada poeta construye su tradición, o también si es que alguna vez tuvo una actitud parricida (digo esto también porque en su promoción poética hubo poetas que sí la tuvieron en la década del ochenta), también me interesaría saber qué lecturas en la actualidad le interesan.

A diferencia de inglés —cuya palabra quote alude al acto específico de incorporar en el discurso las palabras de otro—, en español tenemos la palabra cita que, además, significa punto de encuentro entre dos voluntades. No puede haber cita si el otro decide no asistir. Eso es lo que uno espera en un poema: la aparición del otro para entablar un diálogo cuya escenografía la construirán los lectores. Todo esto me ayuda a explicar por qué entiendo el poema no como el punto de llegada de una tradición autoritaria e intimidante, sino, más bien, como su punto de partida. Es siempre ha sido muy estimulante para mí, por eso nunca entendí a los parricidas. ¿A quién hay que matar para seguir viviendo?

¿Qué lecturas me interesan? Debo confesar que soy muy errático y desordenado en mis lecturas. También un hedonista: leo únicamente aquello que avive mi seso y lo despierte, sea o no lo que convencionalmente llamamos “poesía”. En los últimos meses, por ejemplo, he estado leyendo a Slavoj Zizek, un tipo al que no estoy seguro de entender del todo sin que eso signifique un estorbo al placer de su lectura; lo mismo podría podría decir de Giorgio Agamben, cuyas Estancias recomiendo vivamente. Y, claro, literatura. Tardíamente (como siempre me ocurre) he descubierto a Ives Bonnefoy y a António Ramos Rosa, a quien fui a visitar el año pasado en Lisboa. Y poetas jóvenes. Siempre es grato leer poetas jóvenes.

Hay en sus últimos libros una fuerte carga melancólica (“que no puedo volver, aunque quisiera” en Escrito en Missoula), una melancolía con menos ironía que su poesía anterior (que utilizaba la historia, los mitos, los personajes, tal vez para no evidenciar esa sensibilidad tan íntima); encuentro mucha nostalgia. También encuentro en estos poemas recientes un presente real, donde la contemplación va captando el acontecer humano, cotidiano, en los diversos lugares que recorre el poeta, en especial de los Estados Unidos. Así como en su primer libro hay un poema como Beatus Ille (de Cuadernos, espero no equivocarme en la referencia), que cuenta o narra lo que ocurre en un lugar cercano, en ese caso el Rímac, con las vacas sacrificadas; así podemos encontrarnos con hechos que pasan en los Estados Unidos, desde su libro El Equilibrista (como en los poemas “Thanksgiving”, “Los mapaches de Johnson Park”, etc.) Se describen hechos actuales, costumbres, con una voz más descarnada, con un aire de desolación del poeta. ¿De qué manera su vida en Estados Unidos ha influenciado en su poesía, si es que ocurre así? Digo esto pues hay una diferencia grande con Europa (usted radicó en España un tiempo y conoce muchos países), con Perú ni decir. Y apunto más a la poesía que se hace allá (y su tradición realista, testimonial) y por otro lado al tipo de vida, su materialismo, su sentido práctico de las cosas, etc. (en este etc. también lo del 11 de set., Michael Moore.)

Otra pregunta con varias preguntas y observaciones. Esa melancolía que observas es cierta y no me corresponde discutirla. Sólo puedo recordar y estar de acuerdo con Gide, quien definió la melancolía como “fervor caído”, de allí esa sensación de nostalgia que percibes. Y recordar que la historia, los mitos y los personajes —aunque de manera menos obvia— están allí, aunque con otros nombres y otros ropajes: el mito americano, la historia mínima y los personajes que la conforman y fabulan, comenzando por el Equilibrista de Bayard Street, un personaje admirable e irrisorio al mismo tiempo.

¿Qué si la estadía en los Estados Unidos ha influido en mi poesía (¿por qué cada vez que uso el posesivo tengo que apretar los dientes?…). Sí, en la medida en que este país se ha convertido en el escenario donde escribo. Pero se trata de un escenario muy vasto, cuya cartografía la he diseñado conforme volvía a leer a sus poetas: releer a William Carlos Williams luego de haber visitado Paterson (la ciudad norteamericana con mayor presencia de peruanos), a Eliot luego de haber pisado su calle de St. Louis, o a Ginsberg luego de haber recorrido las estanterías de City Ligths son experiencias que permiten mayores posibilidades de encuentro, como el que me ocurrió aquí en Missoula con Mark Strand cuando me hallaba en el proceso de traducción de sus poemas.

A propósito de la reciente exposición de poetas y pintores en La Galería titulada Cuando Cruzan El Camino, en el que expone el texto Poema de amor con rostro oscuro (por cierto allí están presentes elementos que están dentro de su obra dialogando mutuamente a lo largo de su trayectoria: cuadernos, vaso de agua, la lengua, la noche, los peces muertos), ¿cómo es su relación con la pintura, con las artes plásticas?, ya que vemos su trabajo en este arte en el collage de Archivo de Huellas Digitales, o en el dibujo de la portada del Equilibrista. En el cuaderno que presenta en su instalación cuenta su visita al taller de Tokeshi, cuando sintió nostalgia “del artista que nunca fui, que nunca seré”. La pregunta también se puede extender hacia otras artes como la música (a propósito también de Breve historia de la música)

-Mi interés y mi pasión por las artes es inversamente proporcional a mis capacidad para ejercerlas. Es verdad que siempre me gustó dibujar, pero no paso de ser un amateur a quien le divierte hacer monigotes cuando se aburre. Tal vez me faltó constancia y disciplina para educar el trazo, pero a estas alturas puedo sentirme contento de disfrutar dibujando y de, por lo menos, tener la autoría de una de mis portadas. El collage al que aludes lo hice bajo la mirada atenta de mi amigo, el pintor y grabador Miguel Von Loebenstein, quien ilustró bellamente ese libro. La experiencia de Cuando cruzan el camino se la debo a la visión y a la constancia de Alicia Cabieses. De allí saldrá el “Poema de amor con rostro oscuro”, que estoy trabajando en estos momentos. No creo que salgan más pizarras con muñecas amarradas.


¿Y la música? Allí la cosa es todavía más grave. Mi amor por la música ha sido siempre correspondido por la felicidad de quien la disfruta; pero, tal vez debido a mis pobres oídos, estoy absolutamente negado para crearla. Claro, algún alma caritativa me consolará recordándome que hay música en la poesía, a lo que puedo responder que también hay música en el amor, en las matemáticas y en la danza. Pero crear música, lo que se llama música, será siempre una nostalgia para mí.

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