Miguel Ángel Zapata
En sus libros se va
decantando una voz mediante la contemplación del mundo. ¿Cuáles han sido los
momentos más importantes en su vida para que su poesía vaya adquiriendo esa
voz? No me refiero a influencias literarias, sino a sucesos que lo han marcado.
¿Cómo ha sido su proceso de formación de poeta?
El polvo y el mar surgieron como un
vendaval cuando era niño. Mis primeros seis años transcurrieron en un pueblito
llamado Bellavista, en Piura. Mi padre era un hombre que amaba los libros y la
cultura. Mi madre amaba y ama la poesía. El silencio de los pueblos pequeños se
parece al silencio en la poesía. El estar callado a la fuerza era una pauta a
seguir en la noche de los ventarrones. En el campo, cada ruido lo oye hasta el
más sordo, y los animales raros que ves, los insectos y el río que cruzas por
primera vez, los papayos, las norias, no se parecen en nada a los espejismos de
las ciudades. Mi encuentro con la palabra se me dio en mi primer contacto con
el mar, el campo, y el río salado que está cerca de mi pueblo. Siempre recuerdo
el polvo de Bellavista, el postigo de mi casa grande, el cielo abierto y el sol
fuerte de la tarde. Hay una fuerza que te abre el corazón: es la fuerza de expresar
lo inexpresable, ese sueño real que es la poesía. Después, a los siete años,
cuando mi familia se mudó a Lima, y con ellos yo llegué a una ciudad grande,
pero hermosa para mí. Entonces, desde muy niño pude jugar con la memoria de los
objetos, y las cosas agradables del campo donde antes había vivido. Siempre
quise describir a mi caballo colorado, en el que comencé a prender a montar
desde muy pequeño. El cielo entre gris y azulino, los duendes de que hablaba mi
hermana Carmen, y mis primas que me enseñaron a sentir la felicidad de otra
manera. Así comenzó, me parece, mi primera contemplación del mundo, con todos
sus objetos, hasta los más mínimos son importantes.
La primera pregunta
viene porque encuentro en esa voz una actitud en constante anhelo de trascendencia,
una voz sosegada que, a su vez, se aproxima al estado místico. En El cielo que
me escribe (Ediciones El Tucán de Virginia, 2002) ha reunido poemas con este
tono. ¿Cuáles han sido los criterios de esta reunión?
Los reuní porque mi amigo, el poeta
y editor mexicano Víctor Manuel Mendiola quería publicarme un libro, y en ese
momento no tenía tantos poemas inéditos. Entonces me senté una noche a juntar
poemas que tuvieran, según mi criterio, la misma actitud contemplativa sobre
las cosas y la vida. Quería mostrar de alguna manera algo que celebrara la
vida, que dijera que la vida es hermosa, y también el dolor, y los sueños. En
el proceso selectivo, tal vez inconscientemente seleccioné poemas que les tenía
cariño porque marcaban una etapa feliz o dolorosa de mi vida. Sabía que la
poesía había sido un escape trascendente para una etapa difícil durante 1995 y
1996. En esa época había escrito mis primeros poemas que tenían alguna relación
con lo invisible, ya que había tratado de hablar con el gran silencio mudo. Por
otro lado, no creo que todos los poemas de El cielo que me escribe tengan un
corte místico. Pero eso es cosa de los lectores, cada uno tiene un criterio
distinto, y eso hay que respetar porque es saludable. Uno no escoge las
experiencias, los acontecimientos, sólo pasan por tu vida quieras o no.
No es por nada que
el acto de escritura se señale en el título, puesto que es una constante en sus
poemas. ¿Es un ritual? ¿Es una vía? Cito apenas unas frases: “brisa de ningún
árbol donde no se escribe el poema”, “Escribe con su pico la soledad de la
noche”, “Escribo en la ventana”. ¿Son las correspondencias?
Escribir es un ritual. El gozo es
tal que sólo lo puedo comparar con el gozo sensual y sexual. El acto de
escribir está en todos los actos cotidianos de nuestra existencia: el cuervo
escribe, el cielo te escribe sin querer, y la ventana, que es el limen entre la
felicidad y el dolor, es también el espacio por donde pasa la palabra, y se va
quedando contigo.
En el poema La
ventana encuentro una imagen que resume esa actitud del que hablaba antes: “Voy
a construir una ventana en medio de la calle para no sentirme solo”. Esto es la
poesía, ¿cierto? El poema habla de la construcción del poema, del poeta, del
hogar del poeta y, a su vez, del mundo. Usted vive hace muchos años en Estados
Unidos, ¿Cómo ha mantenido su relación con Perú? ¿Aquella “ventana” en qué
calle está?
Hermoso comentario. La ventana es el
lugar donde sucede lo imposible. Una ventana en medio de la calle es un escape
hacia la soledad, y una alegría, al mismo tiempo, ya que tú la construyes y
puedes escribir lo que gustes aunque “la lluvia golpee los cristales”, y la
tienes ahí a tu lado para reír y escribir sobre lo que quisieras ver en este
mundo. He visto muchas ventanas, y creo que la ventana es un objeto
indispensable desde la antigüedad de los tiempos. Es un mirar hacia la otredad,
hacia el no lugar, hacia el infinito para encontrar otro aire y otro cielo.
Emily Dickinson conoció ese otro cielo. Emerson y Rilke lo vieron en los
bosques sagrados.
Hace muchos años que vivo en los
Estados Unidos, y mi relación con el Perú es cada día más fuerte. De alguna
manera, me quedé con el Perú cuando salí de Lima. Siempre vuelvo a ver a mi
madre, a mis hermanos, a mis amigos, a recorrer las calles y las noches de
Lima, que para mí es una ciudad inusual, viva, fugaz, tremendamente entrañable
y hermosa. Cada ciudad tiene su horror y fascinación pero no todo es horroroso
ni fascinante. Para mí Lima es fascinante, por eso vuelvo. Por eso mi ventana
está en muchas calles, no sólo en Lima pero también en ciudad de México, en
Buenos Aires, en Nueva York.
La presencia de
niños (“te ofrezco estas rosas anacoretas que tú sembraste cuando dejé en tu
frente mi abecedario de niño entusiasmado...”), de seres de la naturaleza que
escriben, así como el cielo, me incita a preguntar ¿cuál es el anhelo de la
poesía, por ende del poeta?
El ser demasiado arrogante con la
poesía te lleva a la destrucción. La inocencia es más fuerte que la sabiduría,
así como la imaginación es más importante que el conocimiento, como quería
Einstein. Es una inocencia que tiene que ver con la absorción de un mundo puro
y contaminado. Ese niño entusiasmado era yo cuando tenía diez años en Lima.
Volver a la niñez es algo maravilloso, siempre hay que ser niño. Hay miles de
maneras de serlo. La poesía es justamente una manera de soñar que el buen
tiempo vendrá, y que el cielo y el pan llegarán a la ventana y a la mesa. Por
eso el anhelo de la poesía es llegar a penetrar el corazón del otro, de la otra
que busca algo para ver al otro lado de la ventana, y sentir un poco de fe en
el horizonte de mañana. El anhelo de la poesía es hacer que todos hablen: los
animales, los árboles, los ríos como lagos, y el cielo que nos mira todos los
días mientras seguimos con nuestras viditas saltando sobre la grama del tiempo.
Ahora sí viene la
pregunta típica, ¿cuáles han sido los autores que lo han influenciado? ¿Y con
qué poetas de la actualidad encuentra afinidades?
Todos tenemos influencias en la literatura.
A mí me pasa que cuando leo un gran poema de inmediato me siento contagiado y
escribo algo que deviene sólo de alguna palabra o de una oración. Así me
sucedió una vez que leí un poema de Paul Celan que hablaba de las rosas
susurrando, ¿no es eso hermoso? El poema se llama “Cristal”. A veces pasa de
otra forma: escucho a alguien decir algo lindo, por lo general a mujeres o a
niños, y me robo esas palabras y las devuelvo en el poema. Hace poco estuve con
mi familia en la casa de Robert Lois Stevenson, donde vivió durante siete meses
tratando de curarse de la tuberculosis que padecía, en Serenac Lake, al norte
del estado de Nueva York. En ese momento, justo al frente de la casa, había un
campo verde enorme rodeado de casas, de repente vimos unos cuervos merodeando
por ahí. Mi hija dijo: “Papi, mira esos cuervos acampando en la pradera”. De
inmediato busqué un lapicero para escribir la primera parte de un poema sobre
estos cuervos que habían venido siguiéndonos hasta la casa de Stevenson. La
poesía, como se puede ver, está en todas partes, y los cuervos saben de lo que
hablo.
Me interesa Vallejo, también
Emerson, sobre todo su poema “Bosques, un soneto en prosa”, Theodore Roethke,
todo Paul Celan y Kafka. Hay muchos muros y ventanas en Kafka. Una influencia
importante en mi trabajo es la música, desde la lírica del rock, el tango, los
valses criollos peruanos, hasta las canciones de Vivaldi, Elgar, Bach, y
Arcangelo Corelli. Yo toco el cajón peruano, como se dice en Lima, soy
“criollo” y me gusta la jarana. El ser criollo de verdad es un arte. Cualquiera
no puede ser “criollo”, lo digo en serio.
La música te da algo que las palabras no pueden darte: la fuerza directa
de la turbina que mueve el corazón y los sentidos. Algo inexplicable pasa
cuando vibra el pentagrama. El chelo es un instrumento que me llega al corazón,
y pareciera que mi corazón habla cuando oigo una suite para chelo. La música
está en el corazón, tiene la fuerza de la vida y es el lenguaje de los pájaros.
Igual que Bach se puede ser objetivo y apasionado. Escuchar la sinfonía
concertante para violín y viola de Mozart me ha dado más que cien novelas. Me
siento afín con los poetas actuales que trabajan la relación con el espíritu,
la naturaleza y el lenguaje. Aquellos poetas que sólo se preocupan por el
lenguaje no son ni mi presente ni mi futuro.
Usted también es
crítico literario. ¿Cómo ve la poesía hispanoamericana actual?
La poesía actual sigue con sus
transfiguraciones y rupturas, que al final nos conducen al mismo camino: la
vuelta al origen, es decir a Homero, Horacio, y después Dante. La poesía
hispanoamericana seguirá siendo atractiva y novedosa mientras no se aleje del
ciclo clásico, y de los poetas fundadores no sólo de Hispanoamérica sino de
todo el planeta que nos respira. Venimos de Darío, el poeta de Azul… y Cantos
de vida y esperanza. Su obra poética aún está presente entre nosotros. Hay que
estar abierto al mundo como Darío. Por otro lado, hay una poesía que aún no
termino de entender, aquella que trata de jugar con el lenguaje y el sinsentido
sin haber leído bien a Góngora. Hay ciertos poetas que están escribiendo poemas
impresionistas, juegos exagerados que sólo llevan a la confusión y al vacío.
Ellos, engañados buscan una apariencia en el lenguaje, lo sorprendente de lo
externo, y no dicen absolutamente nada. Vallejo logró en Trilce decir lo
indecible, pero lo dijo bien, lo mismo Quevedo, y San Juan. Algunos poetas
hispanoamericanos lo logran y lo hacen bien: Carlos Germán Belli, Jorge Eduardo
Eielson, Alvaro Mutis, Ida Vitale, Eugenio Montejo, Oscar Hahn, Francisco
Hernández, Raúl Zurita, y Víctor Manuel Mendiola.
¿Cómo está la
poesía Norteamericana en la actualidad?
La poesía norteamericana pasa por
uno de sus mejores momentos. Lo mejor de los Estados Unidos son sus escritores
y sus artistas, aparte de sus museos, bibliotecas, y grandes ciudades. Aquí por
Nueva York leen sus poemas John Ashbery, Charles Simic, Billy Collins y Louise
Glück. Este país produjo un raro en la poesía mundial del siglo XX: Theodore
Roethke. A él hay que leerlo bien con todos sus cormoranes y la serenidad de
sus estanques y sus peces.
Ahora mismo estoy terminando una
antología selecta de la poesía norteamericana contemporánea traducida al
español. También termino un libro con mis nuevas versiones al español de la
poesía de Billy Collins. Uno de los
faros más importantes de la poesía en el mundo está aquí en los Estados Unidos,
y aunque la mayoría de los norteamericanos no lo sepan, mejor aún, ya que los
poetas que llegamos de afuera nos bebemos todo como una gran copa de vino
tinto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario